miércoles, agosto 13, 2008

La caja tonta

Quien iba a decir que ese gracioso apodo se quedaría tan vergonzosamente corto. Pero así es, el grado de bazofia que últimamente escupe la tele es tan visceral que no sé como no se nos cae la cara de vergüenza.

Un día, la inventiva humana dio uno de los aparatos más geniales que existen, la televisión. Un aparato con infinitas posibilidades nunca antes soñadas por nadie. Cuando fue creada se llegó a la conclusión de que se utilizaría para entretener y enseñar, algo perfectamente lógico y sensato. Pero claro, el inventito estaba en manos de los corruptos seres humanos, por lo que esta primera intención se fue degradando paulatinamente hasta llegar al espantoso y malformado híbrido que conocemos hoy.

Hay días en los que me siento temerario y cometo la insensatez de enchufar la tele. Normalmente me encuentro con cuatro o cinco analfabetos que dicen ser periodistas discutiendo –y cuando digo discutiendo me refiero a gritándose, insultándose, ridiculizándose, tratándose irrespetuosamente y con sarna, algunas veces con tanta displicencia por sus contertulios y por el tema en cuestión que la hipocresía resulta insoportable-, discutiendo, decía, sobre cuestiones zafias y sin ninguna relevancia real pero que por lo visto son muy interesantes. La mayoría tratan sobre la ruptura/unión/infidelidad/casamiento/cambio de sexo de la sobrina del ex marido de la hija de una cantante famosa, o del primo de la novia de un ex amante de un famoso torero (nótese que siempre hay algún ex de por medio). Temas, al fin y al cabo, sin los cuales nadie en su sano juicio podría pasar una semana entera. Sin embargo, ansiosos todos por saber más y más, estos noticiarios llamados rosas no se limitan solo al fin de semana y, con el único deseo de saciar nuestra sed de vidas ajenas, aparecen en televisión todos los días más de diez programas que, si bien no todos tratan exclusivamente de estos temas, sí ocupan casi media jornada de emisión en todas las cadenas –salvo honrosas excepciones, como la marginada La2-. Estos programas diarios lucen sin pestañear lo poco que un día puede dar de sí, obsequiándonos con reportajes, si cabe, mucho más interesantes que los de fin de semana. Así, después de comer, para rebajar la comida –que es una manera más correcta de decir que entran ganas de defecar o vomitar- se nos deleita con imprescindibles noticias, como la compra de un croissant por Belén Esteban en una panadería, o el viaje en coche de Paquirrín de su casa al trabajo –imagínense la voz en off narrando con emoción como aquel día casi atropella el susodicho a un indefenso periodista mientras las imágenes nos muestran al uno arrancando y al otro poniéndose en medio para sonsacar información-, sin olvidar, por supuesto, la diaria noticia de que Julián Muñoz sigue en la cárcel, tipo: “día 12, Julián Muñoz sigue en la cárcel…día 13, sin novedades en la cárcel…” A este respecto, y puestos a ser creativos, se podría hacer un mural que ocupara la Glorieta entera escribiendo todas las fechas que han dado por el momento referidas a la salida de este hombre de la cárcel. Por último, me gustaría recordar un programa que emitieron hace poco, en el cual unos cuantos periodistas aventureros, cámara al hombro, perseguían en coche a famosos por carreteras y autovías con un cuentakilómetros para mostrar a toda España las infracciones de velocidad que cometían los afortunados –por supuesto, para seguirles el ritmo, los periodistas también las cometieron-. Juzguen ustedes mismos lo increíblemente vergonzoso del asunto.

Ahora viene lo más duro, la cuestión moral. ¿Cómo es posible que la televisión se haya degradado tanto? Ciertamente, el mundo rosa de salsa de tomate es entretenimiento, uno de los puntos de la finalidad de la tele, pero no a toda costa. Se denigran los modales, el respeto a los demás y, lo más importante, la educación. ¿Por qué esos programas existen? La respuesta es muy triste, porque los vemos. Alguien podrá aventurarse más allá y se preguntará, ¿y por qué la pauta para emitir algo tiene que ser la audiencia, si está demostrado que produce esos programas? Pues porque lo que sostiene toda esta maquinaria es el dinero, el capitalismo: la audiencia da dinero por lo que los productores y los altos ejecutivos no se paran en minucias morales y crean programas que den dinero. El dinero es lo más importante. Caemos en un círculo vicioso de avaricia –a la cual el capitalismo da vía libre- y de estupidez, ya que los productores apuestan por lo que da dinero, y lo que da dinero es la estupidez de la gente que sólo es capaz de entretenerse con una bazofia directa, facilona y grosera.

¿Es que nadie se da cuenta? ¿Es que nadie va a hacer nada? ¿De verdad hay que resignarse a tanta estupidez?

viernes, agosto 08, 2008

Un difícil punto de vista

Todos nosotros conocemos cómo fue aquella catástrofe humana que llamamos segunda guerra mundial, o al menos nos hacemos una idea. Y la mayoría de nosotros tenemos una consideración bastante sólida de lo que los nazis fueron (a saber, unos autenticos hijos de la gran puta). Cuando pensamos en que la mayoría del pueblo alemán subió al poder a un lunánito que por una estúpida teoría de soberanía de razas asesinó a millones de personas inocentes, que les quitó su libertad, su dignidad, y por último su vida, pensamos que el pueblo alemán es (o fue) algo repugnante. Sin embargo ni aquí podemos generalizar (lo de generalizar es algo que siempre he aborrecido) pues, aunque sí es cierto que la mayoría de alemanes se tragaron a pies juntillas lo que Hitler decía y vieron en él (intelectuales, científicos y filósofos incluidos) la salvación de la dignidad alemana y el avance tecnológico y social que tanto necesitaba el país después de la Gran Guerra, conforme avanzaba su gobierno el desencanto y la realidad se iban apoderando de muchos.

Por esa razón quiero aquí mostrar cierto pasaje de la novela "Doktor Faustus" de Thomas Mann, en el cual el autor -alemán y judío que vivió las dos guerras mundiales- manifiesta sus complejos sentimientos hacia todo el horror que veían sus ojos, ya al término del régimen nazi:

"Estamos perdidos. Quiero decir con ello que está perdida la guerra, pero esto significa algo más que una guerra perdida: significa que estamos perdidos nosotros, que están perdidas nuestra causa y nuestra alma, nuestra fe y nuestra historia. Se acabó Alemania. Se está preparando un inconcedible derrumbamiento, económico, político, intelectual y moral, total, para decirlo de una vez. Lo que se prepara es la desesperación y la locura -y no quiero haberlo deseado porque es demasiado grande la lastimosa compasión que este pueblo desgraciado me inspira-. y cuando pienso en lo que ocurrió hace diez años, en el ciego entusiasmo de aquel levantamiento, en aquella marcha arrebatada, en aquel impulso que había de ser un principio purificador, un renacimiento de la raza, un sagrado enajenamiento, pero que llevaba ya en sí, como signo advertidor de su falacia, no pocos elementos de crueldad, de brutalidad, unidos al sucio deseo de hacer el mal, de atormentar, de humillar, y que así mismo arrastraba consigo, para quien no fuera ciego, esta guerra que estamos viviendo -cuando pienso en todo ello mi corazón se retuerce de angustia ante los inmensos tesoros de fe, de fervor, de energía histórica que fueron invertidos en la empresa y que van a quedar pulverizados en una bancarrota sin precedentes. No, no quiero haberlo deseado, y he tenido, no obstante, que desearlo; sé que lo deseo aun hoy y que habré de celebrarlo cuando ocurra: por odio a lo que es sacrílego desprecio de la razón, pecadora obstinación contra la verdad, culto vulgar de un rito más vulgar aún, abuso ofensivo y desvergonzada dilapidación de los valores antiguos y auténticos, de la fidelidad y de la confianza, de cuanto es esencialmente alemán y que badulaques y falsarios convierten ahora en pócima venenosa bajo cuya influencia se pierde el sentido de las cosas. Esa embriaguez en las que, aficionados siempre a embriagarnos, nos sumimos durante años engañosos de vida fácil, de crímenes sin fin, no hay más remedio que pagarla. ¿Cómo? He usado ya la palabra junto con otra: desesperación, y no quiero repetirla. No es posible dominar dos veces el terror con que la escribí, unas líneas más arriba, cuando por lamentable distracción se escaparon las letras de mi pluma."