lunes, mayo 31, 2010

Todo lo que muere antes de llegar a la garganta

.......................................................................................
.......................................................................................
.......................................................................................
.......................................................................................



...Si pudiera decirte lo feliz que me haces con sólo mirarte...

jueves, mayo 20, 2010

Un hombre que duerme

En ocasiones la oscuridad dibuja primero la forma imprecisa de un as de picas: ante ti hay un punto del que salen dos líneas que se alejan y vuelven hacia ti tras dar un gran rodeo.

Más tarde, es un océano, un mar negro sobre el que navegas, como si tu nariz fuese la espina, o más bien el estrabe de un gigantesco buque. Todo es negro. No es de noche, no está oscuro, es el mundo entero lo que es negro, naturalmente negro, como en el negativo de una fotografía, y sólo son blancas, o quizá grises, las olas que tu paso levanta a cada lado de tu nariz, a lo largo de tus ojos que quizá sean los flancos del barco, allí, donde en otro momento se inscribía el as de picas, como si este no hubiera sido el preludio a esa estela, huella blanquecina y ondulante que abres ante ti al deslizarte sobre las aguas negras. Estas rodeado de agua por todas partes, mar negro, inmóvil, extraordinariamente raso, ni siquiera fosforescente y, sin embargo, tienes la impresión de que podrías descubrir cada detalle, la menor nube si hubiese un cielo, la más mínima porción de tierra si hubiese un horizonte. Pero sólo está el mar, y todo tú eres estrabe surcando sin esfuerzo, sin ruido, sin vibración, las huellas blancas y profundas de tu paso, como una reja de arado labrando un campo.

Pronto, sin embargo, en alguna parte por encima, como en una cartela, como si apareciese una pantalla y un negativo de película se proyectase sobre ella, surge el mismo barco pero ahora visto desde arriba, al completo, y tú estás en cubierta, apoyado sobre la borda, o más bien sobre la barandilla, en una posición bastante romántica. Durante mucho rato, la impresión desdoblada continúa siendo totalmente precisa, y lo que es más, si algo te irrita, te atormenta, es el no alcanzar a saber si eres primero estrabe solo deslizándote por el mar negro y levantando olas blancas y, al instante, casi al mismo tiempo, algo parecido a la consciencia de ser este estrabe, es decir, por arriba, el buque entero del cual eres el pasajero inmóvil en cubierta, apoyado en una posición un poco romántica, o bien si, por el contrario, primero está el buque al completo deslizándose sobre el mar negro, contigo como único pasajero, apoyado sobre el puente de mando y, después, desmesuradamente ampliado, un único detalle de ese buque, el estrabe, surcando el oleado, levantando a cada lado dos olas blancas, pero quizá demasiado bien dibujadas para ser olas de verdad, son más bien pliegues, telas drapeadas, con un toque majestuoso, casi a cámara lenta.

Duranto largo rato los dos buques, la parte y el todo, tu nariz estrabe y tu cuerpo buque navegan en compañía sin que nada te permita disociarlos: eres todo a la vez, el estrabe y el buque y tú en el buque. Después surge una primera contradicción, pero quizá sea solamente una ilusión óptica achacable a la diferencia de escalas, de perspectivas: te parece que el buque avanza lentamente, cada vez más lento, quizá un poco como si lo vieras con mayor perspectiva, cada vez desde más arriba, pero sin embargo tú, apoyado sobre la borda, no vas empequeñeciendo en absoluto, permaneces siempre igual de visible, y el estrabe, por el contrario, cada vez más rápido, ya no se desliza sino que fluye sobre el agua negra, como una lancha motora, o incluso como un fuera borda, desde luego, ya no como un buque de pasajeros.

Entonces, y esto resulta mucho más grave, como si supieras, por experiencia quizá, que lo que se está formando es el principio del fin, porque nunca podrás soportar más que unos instantes, más que unos segundos, la intensidad de lo que se prepara, aunque nada haya sido revelado, sino, quizá, como mucho, una señal premonitoria, un índice cuyo sentido ni siquiera era seguro y del que esperas ahora su esclarecimiento con la esperanza vana de que todo permanezca borroso el mayor tiempo posible, porque, ya mismo, lo sabes, el despertador te acecha, es justamente tu impaciencia la que acaba de desencadenarlo y todos tus esfuerzos para atrasarlo no hacen sino precipitarlo, entonces, emerge como cada vez, no muy despacio, una impresión al mismo tiempo excitante y penosa, maravillosa y desesperante, enseguida demasiado precisa, de inmediato punzante y casi dolorosa: la certeza absoluta, o más bien aún no del todo absurda, pero ya seguramente abocada al absurdo, de que ya has vivido esta imagen, que se trata de un recuerdo real, exacto en todos y cada uno de sus detalles: el mar era negro, el buque avanzaba lentamente por el canal estrecho haciendo surgir a los lados regueros de espuma blanca, estabas apoyado sobre la barandilla de la cubierta en la posición un poco romántica que tienen todos los pasajeros de todos los buques cuando toman el aire mirando a las gaviotas, experimentabas exactamente la misma sensación que la que ahora experimentas, y sin embargo ahora no experimentas ninguna sensación, salvo ésta, peligrosa, cada vez más peligrosa, de conocer al mismo tiempo lo imposible y lo irreductible de tal recuerdo.


Más tarde, mucho más tarde, te has despertado quizá varias veces, te has adormecido de nuevo, te has vuelto del lado derecho, del lado izquierdo, te has acostado boca arriba, boca abajo, incluso quizá hayas encendido la luz, quizá te hayas fumado un cigarrillo, más tarde, mucho más tarde, el sueño se convierte en un blanco de tiro, o más bien no, al contrario, tú te conviertes en el blanco de tiro del sueño. Es un foco que irradia, intermitente. Ante ti o, más precisamente, ante tus ojos, a veces más a la izquierda, a veces más a la derecha, nunca en el centro, cientos de miles de puntitos blancos se organizan, dibujando, a la larga, algo parecido a un felino, una cabeza de pantera vista de perfil que avanza, que crece enseñando dos colmillos afilados, luego desaparece, dejando paso a un punto luminoso que aumenta, se hace rombo, estrella, y arremete contra ti, muy rápido, evitándote en el último momento al pasar por la derecha. El fenómeno se reproduce varias veces, con regularidad: al principio nada, después puntos apenas luminosos, una cabeza de pantera que se esboza, después se precisa, crece rugiendo, descubriendo dos colmillos afilados, después un punto centelleante, casi brillante, que se hincha, rombo, estrella, después bola de luz que viene hacia ti, te evita por muy poco, pasando tan cerca de ti que has creído tocarla, olerla, oírla, después nuevamente nada, durante mucho rato, puntos blancos, la cabeza de pantera, la estrella que crece y te pasa rozando.

Después nada, durante mucho tiempo, o bien, más tarde, a veces, en algún lugar, algo como un astro blanco que explota...


Georges Perec, "Un hombre que duerme"