miércoles, junio 30, 2010

Quedarse a vivir en un libro

Hace un momento estaba estudiando. He mirado hacia un estante y he visto un libro que tengo pendiente desde hace mucho tiempo. Hace ya varios meses que no toco un libro, ni una novela, ni un cuento, ni un poema. Nada. Les he cogido aversión de negarlos tantas veces con la mirada en mi habitación por tener que estudiar. Sin embargo hoy, ahora, hace un momento, he mirado ese libro que tengo pendiente desde hace mucho tiempo y he podido alargar la mano, cogerlo y comenzar a leer.
De golpe, el sistema nervioso central desaparece, y una voz masculina comienza a hablarme, a contarme una historia ajena a mí que pronto la hace mía. Conozco a un hombre que está triste porque no sabe interpretar correctamente el momento más hermoso que ha vivido jamás. Lo veo ahí, de pie junto a la ventana, mirando a través del patio la pared del edificio de al lado. Lo oigo recordar, noto su ansia, su amor. Noto su miedo. De repente estoy dentro del libro, yo formo parte del libro, y un momento después tomo conciencia de ello. Echaba de menos esa sensación, esa de querer por un instante quedarme acurrucado entre sus páginas, volar a Praga y acompañar a Tomás en su incertidumbre, saber qué fue más deseable, si el peso o la levedad. La sensación de quedarme a vivir en el libro.

Mal que me pese, la realidad acusa, y yo debo acatar. Son las once y cuarto y hay que volver al sistema nervioso central.