martes, diciembre 23, 2008

La vida como escalera mecánica

Aquel día me pasó que no tenía ganas de vivir. Ya ves, antojos de niño mimado. Con las vueltas que le di no entiendo cómo no me quedé flotando patéticamente en la bañera de aguas rojas y con las muñecas abiertas -teatrillo que pretendía montar-. Pero me faltó valor, ya sabes, por eso de que no me había suicidado antes. Y no creas que vivía mal, que era un marqués: sacaba notazas sin estudiar casi, no me faltaba compañía en las noches de fin de semana, tanto de uno como de otro sexo; mi mamá y mi papá me adoraban y tenía un perro que se llamaba Boby (como en las películas). Además tenía todo lo que quería con un solo “mamá cómprame”. Aun así mi cerebro barajaba ideas macabras y sádicas al libre albedrío de la imaginación media del adolescente medio, sin cortarse un pelo. Aquel día simplemente me dio más fuerte de lo normal. Para maquillar la historia lo llamaremos brote psicótico. Ahí estaba yo, ojos funestos y mueca tristona, resuelto a poner fin a mi desidia particular.

Tiene gracia que fuera una hostia la que me hiciera regresar de mi mundo fantástico mortecino –o quizá no tenga tanta gracia-. El caso es que uno de mis enemigos acérrimos de patio de recreo se había levantado con mal pie, y mientras yo me comía el que iba a ser mi último bocata de tortilla con mayonesa se acercó a mí y empezó a sacudirme. Y de repente ¡zas!, sentía mis pies y mis brazos, y todo mi cuerpo. Era genial. Cuando terminó de desahogarse el angelico me levanté del suelo, libre de los pensamientos que antes me asolaban. Era consciente de mí mismo y de todo lo que me rodeaba: del calor del sol, del azul del cielo, de lo áspero de las baldosas del patio, de la sangre de mi labio superior… Me di cuenta con esa paliza de que me podían pegar sin ninguna razón, y que eso dolía un huevo. Las peleas de la tele no duelen. Las peleas de verdad duelen, pero el dolor se evapora.

Creó que desperté de la irreal vida que llevaba, una vida fácil, segura, aguada y sin sabor. Mi vida había perdido su salsa y ya vivirla o no vivirla era cuestión de tener los párpados arriba o abajo. La vida como escalera mecánica. Y es que la ausencia de esfuerzo era precisamente lo que la volvía insípida. Cuando consigues algo es el esfuerzo que realizas lo que le da valor a ese algo. Es el que hace que el cheque tenga fondos.

Ahora siempre evito las escaleras mecánicas.

jueves, diciembre 18, 2008

Esta Tierra es Mía


Dado la reticencia que tienen algunos por ver películas antiguas (con más añadido si son en blanco y negro) y a sabiendas de que poca publicidad le pueden dar ya, me veo en la obligación de recomendarles esta sublime película ambientada en "algún lugar de Europa" durante la ocupación nazi.

Véanla.

domingo, diciembre 14, 2008

Nuestro hogar



Es tan sencillo como que si no lo cuidamos se va TODO a tomar por culo.
Así que no me jodan.

martes, diciembre 09, 2008

Cosas serias

Hoy quería hablarte de cosas serias, y es que no hay cosas serias de las que hablar. Piensa, ¿qué has hecho hoy? Lo mismo, quizá, que ayer, o si hoy es martes, que el martes pasado. ¿Y de qué has hablado? Me lo imagino, de nada en especial, de la rutina. ¿Bromas, sarcasmos tal vez? Te entiendo, yo también lo hago para romper el hielo, o para reír simplemente. Pero, cuando vuelves a casa, cuando estás en tu cama a oscuras mirando al techo, dime, ¿en qué piensas?


Parece que, alrededor, el día a día me arrastra. Una rutina que me arranca mis ansias de vivir. Y no hablo del aburrimiento. Hablo de lo superfluo, de lo inútil. De lo facilón y lo estúpidamente gracioso. Hablo de la impotencia de saberme estéril ante cualquier atisbo de honor. Hablo de la muerte del respeto y la dictadura de lo imbécil. De esa moda de arrancarme el corazón para hacerme inmune a los ataques de los demás. Hablo de la ausencia de héroes, y del postizo significado que tiene hoy la palabra amigo. De toda esta mierda, de la que únicamente la maldita rutina tiene la culpa.

Hablo de un mundo donde la amabilidad, la solidaridad y la sinceridad suenan a mariconada y son por ello objeto de mofa, y donde lo único que cuenta si no quieres ser una ridícula marioneta inocente es mirar por ti y por nadie más. Ser espabilado, tener idea.

En esta puta sociedad ya no cabe la seriedad, todo es cómodamente irrelevante. Incluso puede que haya algún gilipollas que se tome esto a broma.

miércoles, diciembre 03, 2008

La maldición del genio, la genialidad de lo maldito

Unos dedos de mujer llenos de nicotina se disponen a teclear sin rubor fantasmas y demonios. Pero temen, temen. La angustia que momentos antes le estrangulaba el corazón ahora se resuelve en vómitos de lucidez sobre la sombra que todos llevamos a cuestas. Una sombra que en ella se dibuja nítida en cada movimiento de su maltrecho e increíblemente bello cuerpo. Los mechones le caen sobre la cara; los ojos, se afirman a cada palabra que va apareciendo en la pantalla. Aún se distinguen surcos negros que descienden sobre la mejilla hasta el final del mentón, hasta el precipicio. La habitación esta cerrada al mundo, porque insoportable se ha vuelto el que ya lleva a cuestas, y ni si quiera la luz, sino sólo la pálida del monitor, es necesaria. Escribe, brota y brota el genio, es el alivio de liberar el demonio. Mas no es eterno, ni siquiera momentáneo, ese alivio se va y queda el frío vacío. Ella lo sabe, y lo siente, y lo necesita.

Quizá algún día se pueda recomponer y sea libre de nuevo, y vuelva la sonrisa y la confianza, y pueda reconocer a las personas que por uno u otro motivo todavía la amamos. O quizá no.
Con todo serán esas palabras malditas las que sobrevivirán a ella y al cabo de siglos serán ellas las que sigan recordándola.