miércoles, noviembre 24, 2010

Jugband Blues o el ocaso de la cordura

Vean a Emily jugar. Vean colocarle un bombín a la cabeza del maniquí. Por otro lado, Arnold roba camisones de la cuerda bañada por la luna, y se siente liberado. Liberado, libre, anárquico, deliciosamente anárquico. De-li-cio-so...
Prueba a qué saben los planetas, a qué sabe el Universo. El universo con pintura. Rojo, amarillo, verde...estrellas brillantes...el todo...

Nada en el agua de música espacial, y déjate tocar: déjate tocar por ella.

Syd, ¿te vas? ¿te vas para no volver? Sí, es verdad: la música es arte, ¡arte! y los periodistas, estúpidos, y la vida, la vida de un genio, extraña, incomprensible. Los ríos de ácido lisérgico tienen una corriente muy traicionera y los esquemas de la mente, como la estructura de Jugband Blues, se van perdiendo en virutas de goma de borrar. La locura se aproxima, Syd, y tus ojos sólo parecen ver las cosas invisibles. Jugband Blues es tu última canción con la boca de Pink Floyd, y viéndote ahí sentado cantándola, después de hacernos viajar, a nosotros y al arte, por el espacio y por las sensaciones, intuímos que queda ya poco de ti en este mundo. El bombardino y la trompeta anuncian la locura como un paso inevitable hacia la inmortalidad. Mientras, tú te vas perdiendo en la incoherencia, solitario, con tu guitarra solitaria, e intentas, en un último esfuerzo agotado, mirar a los ojos al mundo que te abandona, y le preguntas:
¿Qué es exactamente un sueño?
¿Qué es exactamente una broma?