viernes, agosto 08, 2008

Un difícil punto de vista

Todos nosotros conocemos cómo fue aquella catástrofe humana que llamamos segunda guerra mundial, o al menos nos hacemos una idea. Y la mayoría de nosotros tenemos una consideración bastante sólida de lo que los nazis fueron (a saber, unos autenticos hijos de la gran puta). Cuando pensamos en que la mayoría del pueblo alemán subió al poder a un lunánito que por una estúpida teoría de soberanía de razas asesinó a millones de personas inocentes, que les quitó su libertad, su dignidad, y por último su vida, pensamos que el pueblo alemán es (o fue) algo repugnante. Sin embargo ni aquí podemos generalizar (lo de generalizar es algo que siempre he aborrecido) pues, aunque sí es cierto que la mayoría de alemanes se tragaron a pies juntillas lo que Hitler decía y vieron en él (intelectuales, científicos y filósofos incluidos) la salvación de la dignidad alemana y el avance tecnológico y social que tanto necesitaba el país después de la Gran Guerra, conforme avanzaba su gobierno el desencanto y la realidad se iban apoderando de muchos.

Por esa razón quiero aquí mostrar cierto pasaje de la novela "Doktor Faustus" de Thomas Mann, en el cual el autor -alemán y judío que vivió las dos guerras mundiales- manifiesta sus complejos sentimientos hacia todo el horror que veían sus ojos, ya al término del régimen nazi:

"Estamos perdidos. Quiero decir con ello que está perdida la guerra, pero esto significa algo más que una guerra perdida: significa que estamos perdidos nosotros, que están perdidas nuestra causa y nuestra alma, nuestra fe y nuestra historia. Se acabó Alemania. Se está preparando un inconcedible derrumbamiento, económico, político, intelectual y moral, total, para decirlo de una vez. Lo que se prepara es la desesperación y la locura -y no quiero haberlo deseado porque es demasiado grande la lastimosa compasión que este pueblo desgraciado me inspira-. y cuando pienso en lo que ocurrió hace diez años, en el ciego entusiasmo de aquel levantamiento, en aquella marcha arrebatada, en aquel impulso que había de ser un principio purificador, un renacimiento de la raza, un sagrado enajenamiento, pero que llevaba ya en sí, como signo advertidor de su falacia, no pocos elementos de crueldad, de brutalidad, unidos al sucio deseo de hacer el mal, de atormentar, de humillar, y que así mismo arrastraba consigo, para quien no fuera ciego, esta guerra que estamos viviendo -cuando pienso en todo ello mi corazón se retuerce de angustia ante los inmensos tesoros de fe, de fervor, de energía histórica que fueron invertidos en la empresa y que van a quedar pulverizados en una bancarrota sin precedentes. No, no quiero haberlo deseado, y he tenido, no obstante, que desearlo; sé que lo deseo aun hoy y que habré de celebrarlo cuando ocurra: por odio a lo que es sacrílego desprecio de la razón, pecadora obstinación contra la verdad, culto vulgar de un rito más vulgar aún, abuso ofensivo y desvergonzada dilapidación de los valores antiguos y auténticos, de la fidelidad y de la confianza, de cuanto es esencialmente alemán y que badulaques y falsarios convierten ahora en pócima venenosa bajo cuya influencia se pierde el sentido de las cosas. Esa embriaguez en las que, aficionados siempre a embriagarnos, nos sumimos durante años engañosos de vida fácil, de crímenes sin fin, no hay más remedio que pagarla. ¿Cómo? He usado ya la palabra junto con otra: desesperación, y no quiero repetirla. No es posible dominar dos veces el terror con que la escribí, unas líneas más arriba, cuando por lamentable distracción se escaparon las letras de mi pluma."

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