lunes, septiembre 08, 2008

Fábula del capitalismo

Y hete aquí un hermoso cerdo con monóculo, sombrero de copa y muy finas maneras, sonriendo entre cortés y burlón a las demás ovejas. Aunque así y todo no lograba el marrano disimular su redondo morro lleno de mocos y el hediondo y porcino olor que desprendía, el cual junto a los tres litros de Armani rociados en su carne creaban una densa y repugnante fragancia que se apreciaba a unos dos metros.

Muy guapas y recién esquiladas, las ovejas se amontonaban en torno al cerdo, esperando ansiosas y excitadas a que comenzase el discurso, pues era bien sabido que cuando reunía a todas las ovejas era para ofrecer siempre productos novedosos, brillantes y de alta tecnología, indispensables para los tiempos que corren.

Hacía dos semanas que el evento se anunciaba en cincuenta de los setecientos canales que recogía el repetidor de la ciudad y que podían disfrutar las ovejitas. Así, el reclamo aparecía una media de seis o siete veces al día en el televisor de cada habitación de cada casa de cada barrio de la ciudad, con lo que cuando tuvo lugar la reunión todas estaban felizmente informadas.

Aquel multitudinario meeting ovino parecía de lo más invernal puesto que el blanco blanquísimo de su lana ocupaba toda la avenida, cual alfombra de nieve sobre follaje campestre.

Nuestro muy elegante cochino anunció las esperadas novedades tecnológicas con una pasión admirable, recalcando aquí y allá lo fáciles y cómodas que serían de ahora en adelante la vida de las ovejas. Cosas como el limador de pezuñas sensibles, el champú especial de rizos espesos que no apelmazaba o la nueva temporada otoño-invierno de moda con conjuntos para cada día de cada mes extasiaban a las ovejitas, que todo lo veían absolutamente imprescindible.

Como era de preveer los pobres corderos compraron y compraron sin dudar nunca de la buena fe de los cerdos, pues ¿no eran ellos los que mejoraban su vida? Y los cerdos fabricaban y fabricaban sin importarles lo más mínimo otra cosa que no fuera enriquecerse. Así, los corderos, por complicidad o estupidez, y los cerdos por absoluta avaricia mantenían ese sistema de relaciones.



Un día los recursos se agotaron y la Tierra no pudo soportar más contaminación. Los cerdos estaban demasiado cegados por el dinero para importarles otra cosa, los corderos estaban demasiado cegados por el consumo y el bienestar para importarles otra cosa. Todos estaban cegados por su propio egoísmo para siquiera ver que la Tierra moría.

Así, primero murieron los corderos y más tarde los cerdos. Pero lo más triste no es que murieran, lo penoso del asunto es que murieron sin recordar que todos y cada uno de ellos no eran animales sino personas. Personas que podían haberse preguntado, que podían haber sido críticos con sus actos y consecuentes con sus decisiones.

Pero prefirieron los unos ser corderitos estúpidos, ciegos, egoístas y comodones, y los otros ser cerdos estúpidos, ciegos, egoístas y comodones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Un fiel retrato de la sociedad actual. Más representativo, imposible. Es triste, pero cierto.