domingo, febrero 01, 2009

Amor bajo cero

A veces la vida te da treguas, como el artículo de hoy de Pérez-Reverte (que, todo sea dicho, no es muy dado a dar treguas). Y es que las mejores historias son reales, o quiza su genialidad resida en eso, en que son reales. El caso es que sí existen las locuras y sí pueden acabar como en las películas, la diferencia está en que para hacerlas en la vida real se necesitan huevos, y hay gente que los tiene.
Aquí les dejo con el artículo, para que se relajen y disfruten, y para que confíen y den otra oportunidad a este género humano que a veces (sólo a veces) se hace querer.

Los llamaremos Paco y Otti. Fueron amigos míos hace mucho tiempo, y no sé qué será hoy de sus vidas. Los recordé anoche, cenando con otros amigos a los que, al hilo de diversas cosas, conté su peripecia. Y mientras lo hacía, caí en la cuenta de que se trata de una de las más pintorescas historias de amor de las que tengo noticia, y que nunca la he contado por escrito. Lo mismo les apetece leerla hoy a ustedes. Ya me dirán.

Primero, situémonos. Marbella, final de los años sesenta. Otti es una guía turística finlandesa, rubia y escultural, que pastorea a un grupo de guiris. La noche antes de regresar a Helsinki, se va de marcha y en una discoteca conoce a Paco. A él también le pueden imaginar sin esfuerzo: moreno, guapo aunque bajito y un poco tripón. Chico de buena familia y sin un duro, que toca la guitarra por los bares. Simpático, golfete y con una cara dura absoluta, muy española. La noche sigue como resulta fácil imaginar: apartamento de Paco, un par de canutos, mucha guitarra y una dura campaña entre sábanas arrugadas, toda la noche dale que te pego, hasta que, ya amaneciendo, ella le da un beso, se despide sonriente y se larga al aeropuerto. Fin del primer acto.

Mientras Otti vuelve de regreso a su tierra, Paco se queda en la cama, pensando, y concluye que se ha enamorado como un becerro. Necesita volver a verla, pero hay un par de problemas. Por una parte, ella no tiene previsto volver a Marbella. Por la otra, él no tiene un duro. Y para rematar la cosa, no sabe de la finlandesa sino su nombre y apellido -supongamos que este es Kaukonen-. Ni una dirección, ni un teléfono. Nada. Pero como digo, está enamorado hasta las trancas. Y tiene veintiocho años. Así que se levanta de la cama, vende su Seat 124, le pega un sablazo a un amigo -doy fe de que era su especialidad-, compra un billete de avión -sólo tiene para pagar el viaje de ida- y coge el primer vuelo a Helsinki, vía Londres. Aterriza allí un viernes a las cinco de la tarde, con su guitarra y ciento quince dólares en el bolsillo. Ya es de noche y hace un frío que pela. En el mismo aeropuerto, cambia dólares por moneda local, se mete en una cabina, coge una guía telefónica y busca el apellido Kaukonen. Hay como veinte, así que lo toma con calma. Ring, ring. "Hola, buenas. Ai am Paco. Otti is dere?". Cuando va por el decinosexto Kaukonen y a punto de acabársele las monedas, localiza a un fulano que conoce a la pava. Es su tío paterno. Otti no tiene teléfono, le dice el otro, o no lo conozco. Tampoco vive en Helsinki, sino en Hyvinkaa, que está a cincuenta kilómetros. Y le da la dirección. Sillanpaa número 34, una casita de madera. No tiene pérdida.

Con sus últimos dólares, Paco compra una botella de vodka, coge un taxi hasta hyvinkaa, se baja con su guitarra en el 34 de la calle sillanpaa y llama a la puerta. Nadie. Ya son casi las diez de la noche y el frío parte las piedras. Desesperado, se sube el cuello del chaquetón y se acurruca en el portal, calentándose con el vodka. A las once y cuarto, un coche se detiene ante la casa. Es Otti, y la trae su novio Johan, en cuya casa ha pasado la tarde. Ella se baja del coche, camina unos pasos y se para en seco al ver a Paco sentado en el portal, con media botella de vodka vacía en una mano y la guitarra apoyada en la puerta. Estupefacta. Cuando al fin recobra el habla, exclama: "¡Paco!...". "¿Qué haces aquí?" Y él, temblándole los labios azules de frío, la mira a los ojos y dice: "he venido a casarme contigo". Con dos cojones.

Ahora háganse cargo de la psicología de la pava. Finlandesa, o sea. La tierra de la alegría y los hombres apasionados, risueños y con una gracia contando chistes que te partes. Y en esas aparece allí, con su guitarra y quemando las naves, un fulano bajito, moreno y simpático que la tuvo en Marbella toda la noche dale que te pego, despierta y gritando: "Oh-yes, oh-yes, oh-yes" mientras él, sudando la gota gorda, decía: "que sí, mujer. Te oigo, te oigo." Y claro. Pasando mucho del novio, que mira pasmado desde el coche, Otti se tira encima del visitante y se lo come a besos y lametones. Y los dos tardan cuatro días y varias botellas de Suomuurain y mesimarga, además de la media de vodka que quedaba en salir de la cama, con los vecinos asomados a la ventana para averiguar de dónde proceden esos alaridos inhumanos. Y después de muchas peripecias -Paco tocando la guitarra por los restaurantes de allí-, vienen a España, se casan y tienen dos cachorros rubios. Kristina y Alexis, con pinta de vikingos.

Pondremos aquí el colorín colorado. Lo que sigue, quince años de convivencia de Otti y Paco, no termina del todo bien. Los años pasan, cambian a la gente. Nos cambian a todos. Hoy Otti vive otra vez en Finlandia. En cuanto a Paco, hace mucho tiempo que no sé nada de él. Pero huvo un momento en que fueron mis amigos y pude compartir un poco de su historia. La más simpática historia de amor que conocí nunca.

2 comentarios:

Manu AMS dijo...

Difícil de creer, aunque no dudo que será verdad. Para hacer eso hay que tener huevos, y, aparte, ser un pelín idiota. Pero de esa idiotez de la que no nos podemos librar ninguno porque es intrínseca de la raza humana. Y a las pruebas me remito: ¿cómo acabó la cosa? Mal. Fácilmente predecible.

Bueno, después de esta afrenta contra el mundo, gracias por colgar aquí el artículo de Reverte, así me ahorro buscarlo en el Semanal.

P.D. Por cierto, tengo que hablar contigo de cierto proyecto bloguero que quiero empezar, así que a ver si estas alguna vez en el MSN, o en la facultad.

Anónimo dijo...

Eso es un flechazo y lo demás son tonterías.
Puede parecer muy bonito, pero habría que ver la versión del novio finlandés que se queda con dos palmos de narices (seguro que a él no le parece tan romántico).