sábado, junio 10, 2017

Random Access Memories, una reseña

Comienza directo, sin rodeos, con un riff chulesco y grandioso con el que marcan músculo sintetizador y el que nos dará la proporción con la que habremos de medir el disco entero.

Tenemos una ligera presión a veces, cuando por ejemplo a media mañana hemos repasado setecientas veces todas las tareas que quedan por hacer y ahí se quedan en nuestra cabeza abiertas, pendientes de resolución urgente; una presión que va flotando entre los pulmones, que nos inquieta, y que no nos deja ocuparnos en que nos penetre el verde de los árboles, o notar la emoción de una chica que está terminando el libro que lee en el metro, o sentir que la brisa y un silencio momentáneo se funden un par de segundos al pasar junto a una ventana. Es como si pasáramos como un fantasma por las calles. Como si no dejáramos ni una huella en la tierra que pisamos.
Me levanto de la mesa y voy a por un café. Quiero dejar clara mi idea. A veces nos es inevitable abandonarnos a la frase de Manrique de "cualquier tiempo pasado fue mejor", siempre de manera tramposa, porque si vivimos un momento bonito es ya pretérito cuando lo valoramos como tal. Me siento con el café delante del ordenador, frente al pequeño balcón que da a la calle, con árboles altos que ahora se bañan en el sol de la tarde. Quizá esa asociación de las tareas del día a día con el presente y los momentos bonitos con el pasado sea un poco torticera, el presente me supone muchas alegrías y de él nacen los futuros recuerdos; pero bien es verdad que lo pasado se cubre de una pátina ámbar misteriosa y reconfortante que hace que me aboque, o nos aboquemos, siempre demasiadas veces, a recordar con nostalgia.

Random Access Memories habla sobre la nostalgia. Lo hace a muchos niveles, y el ir descubriéndolos forma parte de la experiencia que nos brinda el disco. Es una nostalgia particular de ellos, de los Daft Punk, por la música y la música disco en concreto. Pero, precisamente por estar usando ese lenguaje divino para contárnoslo -la música-, su nostalgia concreta se convierte en nostalgia universal cuando nosotros lo escuchamos, y sus temas se adaptan a nuestra historia de nostalgias particular si es eso lo que queremos de ellos.
Pero hablemos antes de la música disco.

Daft Punk son unos productores e ingenieros de sonido fuera de serie. Con el sonido más claro y limpio que yo haya escuchado (bueno, quizá algunos álbumes de Pink Floyd o Alan Parsons tendrían algo que decir a eso), cogieron orquestas enteras y sección rítmica con batería, bajo y guitarra, y se marcaron una orquestación clásica del género en casi todos los temas, impecablemente ejecutada, homenajeando con propia medicina al padre musical de toda la música bailable o de discoteca que vino después y de la cual ellos mismos son representantes de élite. Pero no es un simple homenaje con "antiguos instrumentos", los sintetizadores campan a sus anchas, crean el ambiente, aportan armonía y solean, siempre en perfecta convivencia con todo lo demás (otra vez, la producción).
Podría ir canción por canción pero me repetiría. El álbum se entiende como un todo que hay que escuchar de arriba a abajo y, con diferentes matices y texturas, todos los temas se pasean entre la chulería desenfadada y los ritmos bailables de la música disco, el recuerdo de los amores de fin de semana, la epicidad clásica de los dos franceses que abre y cierra el álbum y le da empaque y unidad; y la omnipresente nostalgia que lo baña todo.

Y, ¿cómo no sentirse nostálgico...? Me pongo una cazadora vaquera y ya lo estoy siendo. Me pongo el Vitalogy de Pearl Jam, o me siento en el banco de algún parque con toboganes y pequeños fuertes para los niños, o me quedo mirando fíjamente una foto en blanco y negro, y lo estoy siendo. ¡Mi gusto por los noventa no es más que nostalgia mal disimulada!
Y, si el día a día nos logra volver grises, si necesitamos un respiro, ¿qué ocurrirá cuando escuchamos el "Random Access Memories"...?
...

Hay un momento, en la canción "Touch", que siempre me pilla desprevenido. Ha empezado la canción ya y estamos envueltos en un ambiente cálido y electrónico, con los arpegios del Moog modular y los acordes tocados con un Fender Rhodes elegantísimo; voz casi susurrada al principio y luego, en la estrofa, compungida. Es un momento íntimo, retraído. Y de repente, sin prisas pero inesperadamente, nacen de la nada unas cuerdas maravillosas que respiran aire libre del exterior, y ese oxígeno nuevo inspirado por sorpresa nos introduce en un recuerdo vívido, rebosante de alegría, en donde un piano de bodeville juguetea alegre con una trompeta y un clarinete, como en los años treinta, durante un minuto. Un minuto de alegría. Un minuto en el que la canción se permitió respirar, y evocar recuerdos del pasado. Luego vuelve el retraimiento, el presente. Es cierto que hacia el final regresan las cuerdas, esta vez conviviendo con el sintetizador, sin instrumentos de viento, insinuando un presente en el que hay esperanza. Sin embargo, ni la propia canción las tiene todas consigo: en el punto y final no hay cuerdas, solo el cantante, inseguro, solo, exigiendo más pruebas...
No queda claro si el problema del presente se resolverá, o si el pasado tendrá algo que ver con ese futuro. Pero estamos hablando de un disco nostálgico, no lo olvidemos. Mientras esté sonando, está permitido no preocuparse por lo que está por venir.

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