domingo, julio 17, 2011

Fragmento 202. El otoño

Detrás de los aplacados calores del final del estío vinieron, en los azares de las tardes, unos tonos de color más suave en el cielo, ciertos retoques de brisa fría que anunciaban el otoño. No era todavía el desverdear del follaje, o el desprendimiento de las hojas, ni aquella vaga angustia que acompaña nuestra sensación de la muerte exterior porque ha de acabar siendo también la nuestra. Era como un cansancio por un esfuerzo inexistente, un vago sueño sobreviviendo a los últimos gestos de actuar. Ah, son tardes de una tan lastimada indiferencia, que, antes de que empiece en las cosas, empieza en nosotros el otoño.

Cada otoño que viene está más cerca del último otoño que tendremos, y lo mismo es verdad para el verano o estío; pero el otoño recuerda, por ser lo que es, el acabamiento de todo, y en el verano o estío es fácil, a fuerza de mirar, que lo olvidemos. No es todavía otoño, no hay todavía en el aire el amarillo de las hojas caídas o la tristeza húmeda del tiempo que va a ser más tarde invierno. Pero hay un resquicio de tristeza anticipada, una pena vestida para el viaje, en el sentimiento con que estamos vagamente atentos a la difusión coloreada de las cosas, al tono diferente del viento, al sosiego más viejo que se arrastra, al caer la noche, por la presencia inevitable del universo.

Sí, pasaremos todos, pasaremos por todo. Nada quedará de quien usó sentimientos y guantes, de quien habló de la muerte y de la policía local. Así como una misma luz ilumina las mejillas de los santos y las polainas de los transeúntes, así también una misma falta de luz dejará a oscuras la nada que ha de quedar del haber sido unos santos y otros usuarios de polainas. En el vasto remolino, como el de las hojas secas, en que yace indolentemente el mundo entero, tanto dan los reinos como los vestidos de las costureras, y las trenzas de los niños rubios giran en el mismo giro mortal que los cetros que representaron imperios. Todo es nada, y en el atrio de lo Invisible, cuya puerta abierta muestra tan sólo, a su frente, una puerta cerrada, bailan, esclavas de ese viento que sin manos las remueve, todas las cosas, grandes y pequeñas, que en nosotros y para nosotros formaron el sentido del universo. Todo es sombra y polvo removido, y no hay otra voz sino la del sonido que produce [lo] que el viento levanta y arrastra, ni otro silencio sino el de lo que el viento deja. Unos, hojas más leves, menos agarradas a la tierra por más leves, vuelan en lo alto del remolino del Atrio y caen más allá del círculo de las más pesadas. Otros, invisibles casi, el mismo polvo, sólo diferente si lo observáramos de cerca, se hace cama a sí mismo en el remolino. Otros más, miniaturas de troncos, son arrastrados alrededor y abandonados aquí o allá. Un día, al final del conocimiento de las cosas, se abrirá la puerta del fondo y todo lo que fuimos -basura de estrellas y de almas- será barrido fuera de la casa, para que lo que haya vuelva a comenzar.

Me duele el corazón como si de un cuerpo extraño se tratara. Mi cerebro adormece todo cuanto siento. Sí, es el principio del otoño que trae en el aire hasta mi alma la luz sin sonrisa que va orlando de amarillo muerto la redundez confusa de las pocas nubes de poniente. Sí, es el principio del otoño, y el conocimiento claro, en la hora limpia, de la insuficiencia anónima de todo. El otoño, sí, el otoño, lo que hay o lo que va a haber, y el cansancio anticipado de todos los gestos, la desilusión anticipada de todos los sueños. ¿Qué puedo yo esperar y de qué? Ya, en lo que de mí pienso, voy entre las hojas y el polvo del atrio, en la órbita sin sentido de cosa alguna, haciendo ruido de vida en las losas limpias que un sol angular dora de acabamiento no sé dónde.

Todo cuanto pensé, todo cuanto soñé, todo cuanto hice o no hice -todo eso se irá con el otoño, como las cerillas gastadas esparcidas en varios sentidos por el suelo, o los papeles arrugados formando bolas falsas, o los grandes imperios, las religiones todas, las filosofías con las que jugaron, levantándolas, los niños soñolientos del abismo. Todo cuanto fue mi alma, desde las cosas a las que aspiré hasta la casa vulgar en la que vivo, desde los dioses que tuve hasta el patrón Vasques que tuve también, todo se va con el otoño, todo con el otoño, con la ternura indiferente del otoño. Todo con el otoño, sí, todo con el otoño...


"Libro del desasosiego", de Fernando Pessoa

1 comentario:

Unknown dijo...

No puedo dormir, y te leo.

Saludos, Fancy.-