sábado, agosto 21, 2010

La época del "señorito satisfecho" (la vida como escalera mecánica, parte 2)

Escribí yo hace ya algún tiempo sobre una especie de apatía aburrida e insustancial que pulula por nuestras vidas como alquitrán espeso y pestilente. Pues esta idea, como era de esperar, ya se había expuesto mucho antes de que lo hiciera yo o cualquier persona de este tiempo (a pesar de que nos estamos refiriendo a un acontecimiento rabiosamente actual). Fue Ortega y Gasset quien, hace casi un siglo, pronosticó con todo lujo de detalles el tipo de hombre que colmaría las calles de hoy y tendría el control de la cosa pública. Él lo llamó el hombre-masa, y lo dotó de todas las cualidades que hoy inundan nuestras atiborradas almas.
Yo me quería centrar en este artículo en una de esas genuinas cualidades que presenta nuestro hombre-masa de hoy: la del niño mimado, y así le doy una segunda parte al cuento de "la vida como escalera mecánica".

Ortega y Gasset nos presenta a este hombnre-masa como un producto de los grandes avances tecnológicos y sociales del siglo XIX (recordemos que esto lo escribe a principios del XX): "La civilización del siglo XIX permite al hombre medio instalarse en un mundo sobrado, del cual percibe sólo la súperabundancia de medios, pero no las angustias. Se encuentra rodeado de instrumentos prodigiosos, de medicinas benéficas, [...]. Ignora, en cambio, lo difícil que es inventar estas medicinas e instrumentos y asegurar para el futuro su producción.[...] Este desequilibrio le falsifica, le vicia en su raíz de ser viviente, haciéndole perder contacto con la sustancia misma de la vida, que es absoluto peligro". Recibe todos estos avances como herencia de la historia, y por eso Gasset lo compara con el heredero aristócrata: "Este personaje [el hombre-masa] es el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero.[...] Nosotros tendemos ilusoriamente a creer que una vida nacida en un mundo sobrado sería mejor, más vida y de mejor calidad a la que consiste, precisamente, en luchar con la escasez. Pero no hay tal.[...] Es la tragedia de toda aristocracia hereditaria. El aristócrata hereda, es decir, encuentra atribuidas a su persona unas condiciones de vida que él no ha creado, [...] se encuentra en medio de su riqueza y sus prerrogativas. Él no tiene, íntimamente, nada que ver con ellas. Son el caparazón gigantesco de otra persona, de otro ser viviente, su antepasado. Y tiene que vivir como heredero, esto es, tiene que usar el caparazón de otra vida. Y, entonces, ¿qué vida va a vivir el aristócrata de herencia, la suya o la del prócer inicial? Ni la una ni la otra. Está condenado a representar al otro, por tanto, a no ser ni el otro ni él mismo". Después, Ortega y Gasset remata con: "Toda vida es la lucha, el esfuerzo para ser sí misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son, precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar."

Así es, pues, nuestra época, la época del "señorito satisfecho", llena de hombres falsificados. ¿Qué cómo se cura? Pues como todas estas enfermedades: conociendo la Hisotria, conociendo a todas esas personas a las que les debemos todo lo que nos rodea, leyendo, preguntándonos, etc.
Dice Pérez-Reverte, y con esto acabo, que para entender lo que somos tenemos que saber lo que fuimos. Pues eso.

domingo, agosto 15, 2010

Viaje a la Cataluña independiente

He pasado una semana en Cataluña, disfrutando del majestuoso circo romano de Tarragona, del maremagnum políglota de gentes que inundaban las ramblas de Barcelona, del grandioso techo del Palau de la música, de la cada vez más increíblemente bella Sagrada Familia... y, durante el viaje, no podemos evitar mis primos catalanes y yo, hablar largo y tendido sobre la independencia. El discurso de ellos, que yo entendí como el de la mayoría catalana no es tan elevado como se suele creer en el otro lado de las tierras españolas. Para entenderlos, lo único que hace falta es sentarse a su lado y escucharlos sin ningún tipo de juicio previo. Aquí recojo las ideas y los sentimientos que ellos me dieron a ver al respecto de la independencia de Cataluña, es decir, el problema visto desde dentro, y mis opiniones al respecto.

De lo que me di cuenta estando allí es que uno de los argumentos que todavía persiste en la mente de algunos catalanes como una resaca que no acaba de irse es el de la fascista represión española. Algunos (y recalco lo de algunos) la tienen tan calada que incluso ahora en cualquier movimiento del gobierno ven una sádica mengua de su identidad catalanista y una imposición a la fuerza de tradiciones españolas que nada tienen que ver con ellos. Por supuesto esto no es más que cierto resquemor que todavía les dura de la dictadura y que la mayoría no le da verdadera credibilidad.

Se podrían sintetizar, a mi juicio, en dos las razones de por qué los catalanes quieren independizarse y forman su propia nación: una es económica y la otra moral. La más importante de ellas, no se equivoquen, es la económica, que viene a resumirse así: las empresas catalanas producen muchos más beneficios que la mayoría de las empresas de otras comunidades autónomas, es decir, es un sustento bastante importante de la economía nacional. Así pues, los catalanes argumentan que el gobierno español se está llenando los bolsillos a su costa y que por eso mismo no les quieren dar la independencia, que ellos solitos son capaces de autoabastecerse. "Si Extremadura pidiese hoy la independencia se la concederían mañana mismo". En mi opinión tienen toda la razón en cuanto a que el gobierno central no tolera su independencia no por patriotismo sino porque no le sale rentable, al igual que considero egoísta y sin sentido lo de que se llenan los bolsillos a su costa porque estoy casi seguro (aunque no lo sé cierto) de que el Estado invierte proporcionalmente en cada comunidad autónoma en base a los beneficios que produce, con lo cual si Cataluña produce más también recibe más que otras comunidades.

El otro gran argumento es el moral, el patriótico. Antes que nada tengo que dedicar unas cuantas palabras en defensa del catalán como una lengua más, ya que el de la lengua es un discurso que todos los catalanes tienen clarísimo: hay que preservar el catalán, lo cual estoy completamente de acuerdo. Una lengua trae consigo la evolución histórico-social e incluso psicológica de una demografía concreta. Leyendo en ella encontramos el pasado de sus gentes, su historia y su identidad en cuanto a que conocemos sus derivas lingüísticas. Con lo cual sí, el catalán ha de sobrevivir, y para ello se han de tomar medidas públicas al respecto.

El argumento patriótico es muy simple: yo no me siento español sino solamente catalán, así que nadie tiene derecho a imponerme una nacionalidad que no siento mía. Para mí esto no tiene objeción ninguna, si todos los catalanes pensaran eso, a mi juicio, tendrían todo el derecho del mundo a independizarse. Dicho esto, sí quiero dejar algo claro en cuanto al patriotismo en general,y es que hay que llevar mucho cuidado con él porque el patriotismo es un arma de doble filo y se le tiende a dar más significados de los que posee. En otras palabras: esas distinciones que se crean entre las personas debido a la distancia geográfica (las costumbres, las regligiones, las lenguas...) son mucho más insignificantes que las cosas que nos unen por pertenecer a la misma especie. La patria, el nacionalismo, se deben interpretar como un acúmulo de circunstancias geográficas comunes que hacen que nos unamos más a las personas de nuestra región, nunca se debe entender el nacionalismo como un signo que nos diferencia de las demás personas de otros países porque las diferencias reales que hay son tan nimias y relativas (seguro que muchos alemanes o franceses o japoneses se parecen más a mí que algunos españoles) que no merece la pena crear esos abismos entre unos y otros que muchas veces suponen los gentilicios. Además de todo ello, estamos en el siglo XXI: la era de la globalización. La era de Internet y el neoliberalismo económico. Lo que toca ahora es que nos reconozcamos poco a poco en todos los rincones del planeta, y nos demos cuenta de que al fin y al cabo somos todos iguales en lo esencial: todos nos reímos, lloramos, sufrimos, amamos, etc. En este momento de la historia no podemos sino parecenos más unos a otros.

Así pues, respetaría la decisión si algún día se tomase, de que Cataluña sea una nación independiente, al igual que sigo defendiendo que las naciones, por la simple desvirtuación del sentimiento nacional, son peligrosas y para lo único que sirven es para alejarnos más entre nosotros.