jueves, diciembre 30, 2010

El fragmento 101, F

Si nuestra vida fuera un eterno estar-a-la-ventana, si así nos quedáramos, como un humo siempre detenido, teniendo siempre el mismo momento de crepúsculo coloreando la curva de los montes. ¡Si así quedáramos, más allá de siempre! ¡Si al menos, más acá de la imposibilidad, así pudieramos quedarnos, sin cometer una sola acción, sin que nuestros labios pálidos pecasen más palabras!

¡Mira como va oscureciendo!... El sosiego positivo de todo me llena de rabia, de algo que es algo así como el gusto agrio en el sabor de la aspiración. Me duele el alma... Una lenta línea de humo se levanta y se va dispersando a lo lejos... Un tedio inquieto me obliga a no pensar más en ti...

¡Tan superfluo todo! Nosotros y el mundo y el misterio de ambos.


Fernando Pessoa: "Libro del desasosiego"
(Traducción de Perfecto E. Cuadrado)

P.D.: Siempre he sido como me lees.

miércoles, diciembre 15, 2010

Sobre el efecto de Internet en nosotros

Esto que dejo aquí es un post que ha publicado Marta Peirano en su "La Petite Claudine". Parece una soberana gilipollez en términos de ampliar el número de lectores el que yo cuelgue en mi blog algo que ella ya ha hecho en el suyo, ya que el mío juega varias ligas por debajo de éste (Marta es una merecida eminencia en la blogosfera), y, en esos términos, lo es. Simplemente lo reproduzco porque me gusta, porque es interesante, porque lo suscribo de arriba a abajo. Y ya está.
Aquí se lo dejo:

¿QUÉ LE ESTÁ HACIENDO INTERNET A TU CEREBRO?


¿Lees articulos interesantísimos de los que luego no recuerdas nada?¿Zapeas de enlace en enlace y te olvidas de dónde o porqué empezaste? ¿Pierdes interés después del tercer párrafo?¿Has cambiado la ficción por el ensayo o hace más de seis meses que no lees un libro?¿Se te va la mañana en Facebook,Twenty, Twitter, Flickr, eBay, Tumblr, Myspace o Youtube? ¿Compruebas la bandeja de correo constantemente? ¿Comes delante del ordenador?

Si la respuesta a tres o más de esas preguntas es sí, bienvenido al club: Internet te ha vuelto hiperactivo. Si no desaceleras y empiezas a leer libros de nuevo, te condenarás a un modelo de pensamiento superficial, basado en las decisiones instantáneas y la falta de concentración.

Eso es lo que dice Nicholas Carr, miembro de la liga All Star de periodistas de Nueva Economía y reciente autor de
The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains, donde explica que nuestros hábitos en la Red son lo suficientemente sistemáticos, repetitivos e instantáneos para reamueblar nuestro mapa neuronal y reprogramar nuestro proceso de pensamiento de manera casi irreversible. Cuando leemos en Red, explica Carr, nuestro cerebro está demasiado ocupado decidiendo si pincha o no en los enlaces, ignorando los anuncios y valorando el interés de los otros titulares para prestar atención a lo que lee, sin mencionar la interrupción constante de nuestros avisos de actualización (RSS, correo, SMS, etc). Al segundo párrafo nos impacientamos porque el navegador nos recompensa con deliciosas endorfinas cada vez que descubrimos algo nuevo, aunque sea irrelevante. O, en lenguaje psiquiátrico, cada vez que pinchamos un enlace recibimos una sardina. Leemos más que nunca pero no nos enteramos de nada, porque, como le ocurre al protagonista de Mad Men, ya sólo nos gustan los principios de las cosas. Todo lo que no nos proporciona la satisfacción inmediata de lo fresco, el subidón de lo nuevo o la velocidad de una introducción nos resulta insoportablemente aburrido.

Hay quien piensa que Carr es un ludita viejuno y que, al dejar que la tecnología dictamine nuestros hábitos de trabajo y de ocio, aumenta nuestra capacidad para utilizar dicha tecnología, somos mejores en Google, más rápidos encontrando lo que buscamos, más efectivos encontrando agujas entre la paja. ¿Para qué saber cuando se puede encontrar? Pero en esa carrera loca, advierte Carr, sacrificamos nuestra capacidad de hacer algo con esa información, abandonando los procesos congnitivos que llegaron a nosotros con la popularización del libro y que tienen que ver con la adquisición de conocimiento, la creatividad, el pensamiento crítico, la originalidad, el análisis y la reflexión.

Paradojicamente,
The Shallows se lee en un suspiro porque salta de la historia del libro a lo último en neurología como quien va de pestaña en pestaña, y ejecuta perfectamente la habilidad de decirte algo que ya sientes que es verdad, que el navegador se está quedando los mejores años de nuestras vidas y que todo lo que antes era importante -lo íntimo, lo reflexivo- ahora lo es menos, todo lo que antes era accesorio -lo popular, lo social- se ha vuelto esencial. Pero el tono también resulta incómodamente familiar: siempre que una tecnología altera nuestros paradigmas sociales, alguien se marea y vomita en el coche.

Jose Luis Brea celebraba, en su muy imprescindible
cultura_RAM (Gedisa, 2007), la transición de una memoria ROM (de almacén, de disco duro, estática) a la memoria RAM (de proceso, activa, de interrelación, producción y análisis) donde todos los monumentos del conocimiento caerán destronados por “la carga de potencia del instante presente”. Pero Jose Luis Brea no pasaba ni la décima parte del tiempo navegando que paso yo.

Será que Internet es como todo: si te pasas, no vale.

martes, diciembre 07, 2010

La levedad

Introducción

El asfalto poco a poco, imperceptiblemente, como avergonzado de reiterar su mismo ritual una y otra vez, va impregnándose de humedad al paso de las horas oscuras, y espera impaciente a que esa humedad, su humedad, adquiera al término de la noche el bello cariz de rocío, para así poder recordar con suicida nostalgia el tiempo en que se componían versos sobre él y el mundo brillaba importante y mágico.

Capítulo 1

Pero la noche acaba de empezar y en el asfalto sólo somos capaces de prestar atención al inmenso catálogo de calzado que se mueve de aquí para allá: vemos zapatos de cuero, marrones, negros, tacones altos de piel sintética rojos, bajos y beis, finos y blancos, gruesos y marrones, zapatillas converse de bota, blancos con franjas rojas, azules desgastados, negros, nueva colección de cuero con la estrella en la lengüeta; los cientos o miles de pies que llegan a transitar este asfalto en el que nos encontramos, que van, vienen, vuelven a irse y vuelven a venir, van embutidos en estilos, modas, escaparates andantes que pretenden dar idea de lo que ellos piensan es su carácter. Y si nos fijamos un poco más arriba encontramos en la ropa otro incentivo para pavonearse, ya digo, para dibujar con el corte y el estilo de las intencionadamente elegidas prendas un croquis de tu propio yo y mostrarlo a los demás croquis que pavonean alrededor tuyo. Es importante el exterior. Es importante etiquetarte, encontrar tu lugar en la sociedad, representar coquetamente tus gustos y aficiones, tus inclinaciones políticas y tus inclinaciones sexuales (las dos inclinaciones), tus filósofos predilectos, tus series favoritas, tus novelistas de pie de cama, “personalizar” tu yo e individualizarlo de los demás yos que eclipsan tu persona. Yo me represento, luego yo soy.

Capítulo 2


Pasan horas, estamos en un café oscuro poblado de humo y lleno de gente. Hay sillones que tienen encima personas que hablan y beben y fuman, y hablan y beben y fuman. Alguna come, otros se están besando, todos tienden a levantarse en algún momento y colocarse detrás de otra persona que tiene ganas de orinar. Pero eso dura poco: el tiempo restante, infinito, el cuerpo material del individuo queda literalmente fijo en el espacio, que es exactamente encima del cojín del sofá, y allí vuela, se deja llevar, ahonda con alevosía en ese lugar del yo narcótico donde vagabundea con conceptos mojados en alcohol, donde el subconsciente vomita para aliviarse de ideas que siempre son ridículas, aunque nunca lo parecen. El mundo, el tiempo, se reduce en dos sofás y cuatro amigos, los cuales comparten contigo el estúpido y liberador viaje a ninguna parte que esta noche repites satisfecho por enésima vez, como si ésa al cabo fuera la verdadera finalidad de tu vida: ir a ninguna parte; como si tu verdadera vida, la que vives, comenzara con el chasquido de la chapa de la botella de cerveza al abrirla, y lo demás, lo que pasa durante el día, fuera una excusa cualquiera de cualquiera de las excusas que conforman la sociedad. Trabajo, carrera. Excusas.

Continuará...

miércoles, noviembre 24, 2010

Jugband Blues o el ocaso de la cordura

Vean a Emily jugar. Vean colocarle un bombín a la cabeza del maniquí. Por otro lado, Arnold roba camisones de la cuerda bañada por la luna, y se siente liberado. Liberado, libre, anárquico, deliciosamente anárquico. De-li-cio-so...
Prueba a qué saben los planetas, a qué sabe el Universo. El universo con pintura. Rojo, amarillo, verde...estrellas brillantes...el todo...

Nada en el agua de música espacial, y déjate tocar: déjate tocar por ella.

Syd, ¿te vas? ¿te vas para no volver? Sí, es verdad: la música es arte, ¡arte! y los periodistas, estúpidos, y la vida, la vida de un genio, extraña, incomprensible. Los ríos de ácido lisérgico tienen una corriente muy traicionera y los esquemas de la mente, como la estructura de Jugband Blues, se van perdiendo en virutas de goma de borrar. La locura se aproxima, Syd, y tus ojos sólo parecen ver las cosas invisibles. Jugband Blues es tu última canción con la boca de Pink Floyd, y viéndote ahí sentado cantándola, después de hacernos viajar, a nosotros y al arte, por el espacio y por las sensaciones, intuímos que queda ya poco de ti en este mundo. El bombardino y la trompeta anuncian la locura como un paso inevitable hacia la inmortalidad. Mientras, tú te vas perdiendo en la incoherencia, solitario, con tu guitarra solitaria, e intentas, en un último esfuerzo agotado, mirar a los ojos al mundo que te abandona, y le preguntas:
¿Qué es exactamente un sueño?
¿Qué es exactamente una broma?

jueves, octubre 14, 2010

Papillon


Empezaron tus malditas palabras, que me sabían a fiebre y a literatura, a café y a dulzura, a cronopios y a locuras. Ahora me pides que deje de aparecer en tus sueños, y sin quererlo me pillas soñando contigo. Pero no sé ayudarte. Y a lo peor tienes razón.

Si busco tu rostro pienso que los rostros se tocan y tú y yo nos soñamos. Aunque nos soñamos te amo y porque nos soñamos te amo. Pero sí, cuando cierro los ojos admito con ansia que deseo rozar tus labios y mostrarte con su tacto el rostro que buscas. Pero ellos, tus labios, se esconden en este mundo ficticio de belleza a medias tintas, y tampoco los encuentro, y también me los tengo que inventar.

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Me salvaste de la rutina insaciable, y de algo más. Si no apareces, estás ahí.
Y no digo más. Quizá sólo sea una rabieta...

lunes, octubre 11, 2010

En el infinito del imaginario...



Escribir literatura consiste en descubrir puntos erógenos en el infinito del imaginario del alma.
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Sólo una imagen, 
producto de un puñado de palabras,
paf, 
y te estremeces de placer.

jueves, septiembre 30, 2010

Experimento con monos

Hoy en Psicología hemos estado hablando del conductismo y el condicionamiento experimental, y el doctor Nieto nos ha puesto algunos ejemplos de experimentos con chimpancés. Después de la clase, y al hilo de ésta, un compañero se ha acordado de cierto experimento con monos que leyó hace algún tiempo en Internet y nos lo ha contado. Ahora yo hago lo propio con ustedes para que puedan ver con él que a veces nuestros hábitos y costumbres tienen un origen oscuro de causalidad incierta que, a poco que reflexionemos, se tornan obsoletos e irracionales. Y además es bastante divertido.


"Un grupo de científicos encerraron a cinco monos en una jaula, en cuyo centro colocaron una escalera y, sobre ella, un montón de plátanos.

Cuando uno de los monos subía la escalera para agarrar los plátanos, los científicos lanzaban un chorro de agua fría sobre los que se quedaban en el suelo.

Pasado algún tiempo, cuando un mono iba a subir la escalera, los otros lo molían a palos.

Después de haberse repetido varias veces la experiencia, ningún mono osaba subir la escalera, a pesar de la tentación de los plátanos.

Entonces, los científicos sustituyeron a uno de los monos.

La primera cosa que hizo el novato fue subir la escalera. Los otros, rápidamente lo bajaron, y le pegaron.

Después de algunas palizas, el nuevo integrante del grupo ya nunca más subió la escalera.

Un segundo mono fue sustituido, y ocurrió lo mismo.

El primer sustituido participó con entusiasmo en la paliza al nuevo.

Un tercero fue cambiado, y se repitió el suceso.

El cuarto, y finalmente el último de los veteranos fue sustituido.

Los científicos se quedaron con un grupo de cinco monos que, a pesar de no haber recibido nunca una ducha de agua fría, continuaban golpeando a aquél que intentaba llegar hasta los plátanos.

Si fuera posible preguntar a alguno de ellos por qué apalizaban al que subía a por los plátanos, con certeza ésta sería la respuesta: "No lo sé. Aquí, las cosas siempre se han hecho así".
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(texto facilitado por Akin)

domingo, septiembre 12, 2010

Todo lo que muere antes de llegar a la garganta (y final)

Ellas, las palabras que guardaba dentro de mí, tenían miedo: morían siempre, a la altura de la glotis.

Resolvieron, pues, en atravesar el océano en un barco de papel.

Ahora, Yann Tiersen escava agujeros en mi pecho, y yo no acierto a creer que el tiempo avanza...



Tengo el corazón inundado de rabia y de tristeza.

sábado, agosto 21, 2010

La época del "señorito satisfecho" (la vida como escalera mecánica, parte 2)

Escribí yo hace ya algún tiempo sobre una especie de apatía aburrida e insustancial que pulula por nuestras vidas como alquitrán espeso y pestilente. Pues esta idea, como era de esperar, ya se había expuesto mucho antes de que lo hiciera yo o cualquier persona de este tiempo (a pesar de que nos estamos refiriendo a un acontecimiento rabiosamente actual). Fue Ortega y Gasset quien, hace casi un siglo, pronosticó con todo lujo de detalles el tipo de hombre que colmaría las calles de hoy y tendría el control de la cosa pública. Él lo llamó el hombre-masa, y lo dotó de todas las cualidades que hoy inundan nuestras atiborradas almas.
Yo me quería centrar en este artículo en una de esas genuinas cualidades que presenta nuestro hombre-masa de hoy: la del niño mimado, y así le doy una segunda parte al cuento de "la vida como escalera mecánica".

Ortega y Gasset nos presenta a este hombnre-masa como un producto de los grandes avances tecnológicos y sociales del siglo XIX (recordemos que esto lo escribe a principios del XX): "La civilización del siglo XIX permite al hombre medio instalarse en un mundo sobrado, del cual percibe sólo la súperabundancia de medios, pero no las angustias. Se encuentra rodeado de instrumentos prodigiosos, de medicinas benéficas, [...]. Ignora, en cambio, lo difícil que es inventar estas medicinas e instrumentos y asegurar para el futuro su producción.[...] Este desequilibrio le falsifica, le vicia en su raíz de ser viviente, haciéndole perder contacto con la sustancia misma de la vida, que es absoluto peligro". Recibe todos estos avances como herencia de la historia, y por eso Gasset lo compara con el heredero aristócrata: "Este personaje [el hombre-masa] es el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el heredero que se comporta exclusivamente como heredero.[...] Nosotros tendemos ilusoriamente a creer que una vida nacida en un mundo sobrado sería mejor, más vida y de mejor calidad a la que consiste, precisamente, en luchar con la escasez. Pero no hay tal.[...] Es la tragedia de toda aristocracia hereditaria. El aristócrata hereda, es decir, encuentra atribuidas a su persona unas condiciones de vida que él no ha creado, [...] se encuentra en medio de su riqueza y sus prerrogativas. Él no tiene, íntimamente, nada que ver con ellas. Son el caparazón gigantesco de otra persona, de otro ser viviente, su antepasado. Y tiene que vivir como heredero, esto es, tiene que usar el caparazón de otra vida. Y, entonces, ¿qué vida va a vivir el aristócrata de herencia, la suya o la del prócer inicial? Ni la una ni la otra. Está condenado a representar al otro, por tanto, a no ser ni el otro ni él mismo". Después, Ortega y Gasset remata con: "Toda vida es la lucha, el esfuerzo para ser sí misma. Las dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son, precisamente, lo que despierta y moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría andar."

Así es, pues, nuestra época, la época del "señorito satisfecho", llena de hombres falsificados. ¿Qué cómo se cura? Pues como todas estas enfermedades: conociendo la Hisotria, conociendo a todas esas personas a las que les debemos todo lo que nos rodea, leyendo, preguntándonos, etc.
Dice Pérez-Reverte, y con esto acabo, que para entender lo que somos tenemos que saber lo que fuimos. Pues eso.

domingo, agosto 15, 2010

Viaje a la Cataluña independiente

He pasado una semana en Cataluña, disfrutando del majestuoso circo romano de Tarragona, del maremagnum políglota de gentes que inundaban las ramblas de Barcelona, del grandioso techo del Palau de la música, de la cada vez más increíblemente bella Sagrada Familia... y, durante el viaje, no podemos evitar mis primos catalanes y yo, hablar largo y tendido sobre la independencia. El discurso de ellos, que yo entendí como el de la mayoría catalana no es tan elevado como se suele creer en el otro lado de las tierras españolas. Para entenderlos, lo único que hace falta es sentarse a su lado y escucharlos sin ningún tipo de juicio previo. Aquí recojo las ideas y los sentimientos que ellos me dieron a ver al respecto de la independencia de Cataluña, es decir, el problema visto desde dentro, y mis opiniones al respecto.

De lo que me di cuenta estando allí es que uno de los argumentos que todavía persiste en la mente de algunos catalanes como una resaca que no acaba de irse es el de la fascista represión española. Algunos (y recalco lo de algunos) la tienen tan calada que incluso ahora en cualquier movimiento del gobierno ven una sádica mengua de su identidad catalanista y una imposición a la fuerza de tradiciones españolas que nada tienen que ver con ellos. Por supuesto esto no es más que cierto resquemor que todavía les dura de la dictadura y que la mayoría no le da verdadera credibilidad.

Se podrían sintetizar, a mi juicio, en dos las razones de por qué los catalanes quieren independizarse y forman su propia nación: una es económica y la otra moral. La más importante de ellas, no se equivoquen, es la económica, que viene a resumirse así: las empresas catalanas producen muchos más beneficios que la mayoría de las empresas de otras comunidades autónomas, es decir, es un sustento bastante importante de la economía nacional. Así pues, los catalanes argumentan que el gobierno español se está llenando los bolsillos a su costa y que por eso mismo no les quieren dar la independencia, que ellos solitos son capaces de autoabastecerse. "Si Extremadura pidiese hoy la independencia se la concederían mañana mismo". En mi opinión tienen toda la razón en cuanto a que el gobierno central no tolera su independencia no por patriotismo sino porque no le sale rentable, al igual que considero egoísta y sin sentido lo de que se llenan los bolsillos a su costa porque estoy casi seguro (aunque no lo sé cierto) de que el Estado invierte proporcionalmente en cada comunidad autónoma en base a los beneficios que produce, con lo cual si Cataluña produce más también recibe más que otras comunidades.

El otro gran argumento es el moral, el patriótico. Antes que nada tengo que dedicar unas cuantas palabras en defensa del catalán como una lengua más, ya que el de la lengua es un discurso que todos los catalanes tienen clarísimo: hay que preservar el catalán, lo cual estoy completamente de acuerdo. Una lengua trae consigo la evolución histórico-social e incluso psicológica de una demografía concreta. Leyendo en ella encontramos el pasado de sus gentes, su historia y su identidad en cuanto a que conocemos sus derivas lingüísticas. Con lo cual sí, el catalán ha de sobrevivir, y para ello se han de tomar medidas públicas al respecto.

El argumento patriótico es muy simple: yo no me siento español sino solamente catalán, así que nadie tiene derecho a imponerme una nacionalidad que no siento mía. Para mí esto no tiene objeción ninguna, si todos los catalanes pensaran eso, a mi juicio, tendrían todo el derecho del mundo a independizarse. Dicho esto, sí quiero dejar algo claro en cuanto al patriotismo en general,y es que hay que llevar mucho cuidado con él porque el patriotismo es un arma de doble filo y se le tiende a dar más significados de los que posee. En otras palabras: esas distinciones que se crean entre las personas debido a la distancia geográfica (las costumbres, las regligiones, las lenguas...) son mucho más insignificantes que las cosas que nos unen por pertenecer a la misma especie. La patria, el nacionalismo, se deben interpretar como un acúmulo de circunstancias geográficas comunes que hacen que nos unamos más a las personas de nuestra región, nunca se debe entender el nacionalismo como un signo que nos diferencia de las demás personas de otros países porque las diferencias reales que hay son tan nimias y relativas (seguro que muchos alemanes o franceses o japoneses se parecen más a mí que algunos españoles) que no merece la pena crear esos abismos entre unos y otros que muchas veces suponen los gentilicios. Además de todo ello, estamos en el siglo XXI: la era de la globalización. La era de Internet y el neoliberalismo económico. Lo que toca ahora es que nos reconozcamos poco a poco en todos los rincones del planeta, y nos demos cuenta de que al fin y al cabo somos todos iguales en lo esencial: todos nos reímos, lloramos, sufrimos, amamos, etc. En este momento de la historia no podemos sino parecenos más unos a otros.

Así pues, respetaría la decisión si algún día se tomase, de que Cataluña sea una nación independiente, al igual que sigo defendiendo que las naciones, por la simple desvirtuación del sentimiento nacional, son peligrosas y para lo único que sirven es para alejarnos más entre nosotros.

miércoles, julio 21, 2010

Moon Beams



Un reducto: el corazón más víscera de la ciudad nocturna. El corazón que ansía ponzoña para emborracharse de vida prohibida, de humo, carmín y cubitos de hielo. Bill Evans orquesta esta noche, así que acódate en la barra, pide algo, y piérdete en los ojos maquillados de la chica de la portada.

Es una calma corrosiva la que se desliza. La chica de la portada me mira como queriéndome contar su historia sólo si tengo el valor de atravesar la tiniebla y penetrar en ella hasta que nada tenga sentido. Nada excepto el piano. Y las vísceras. Rozas la ternura, la desesperación, la belleza. Rozas el sexo. Esta noche te descubres debajo de las estrellas, entre humo y cenizas, y bebes, y escuchas la música que suena, y ya no quieres nada más en el mundo. Quieres perderte en el vaso sin fondo que sujetas, o abandonarte entre los muslos de la chica. Ya lo sabes, esta noche no hay futuro, sólo hay música.

miércoles, junio 30, 2010

Quedarse a vivir en un libro

Hace un momento estaba estudiando. He mirado hacia un estante y he visto un libro que tengo pendiente desde hace mucho tiempo. Hace ya varios meses que no toco un libro, ni una novela, ni un cuento, ni un poema. Nada. Les he cogido aversión de negarlos tantas veces con la mirada en mi habitación por tener que estudiar. Sin embargo hoy, ahora, hace un momento, he mirado ese libro que tengo pendiente desde hace mucho tiempo y he podido alargar la mano, cogerlo y comenzar a leer.
De golpe, el sistema nervioso central desaparece, y una voz masculina comienza a hablarme, a contarme una historia ajena a mí que pronto la hace mía. Conozco a un hombre que está triste porque no sabe interpretar correctamente el momento más hermoso que ha vivido jamás. Lo veo ahí, de pie junto a la ventana, mirando a través del patio la pared del edificio de al lado. Lo oigo recordar, noto su ansia, su amor. Noto su miedo. De repente estoy dentro del libro, yo formo parte del libro, y un momento después tomo conciencia de ello. Echaba de menos esa sensación, esa de querer por un instante quedarme acurrucado entre sus páginas, volar a Praga y acompañar a Tomás en su incertidumbre, saber qué fue más deseable, si el peso o la levedad. La sensación de quedarme a vivir en el libro.

Mal que me pese, la realidad acusa, y yo debo acatar. Son las once y cuarto y hay que volver al sistema nervioso central.

lunes, mayo 31, 2010

Todo lo que muere antes de llegar a la garganta

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...Si pudiera decirte lo feliz que me haces con sólo mirarte...

jueves, mayo 20, 2010

Un hombre que duerme

En ocasiones la oscuridad dibuja primero la forma imprecisa de un as de picas: ante ti hay un punto del que salen dos líneas que se alejan y vuelven hacia ti tras dar un gran rodeo.

Más tarde, es un océano, un mar negro sobre el que navegas, como si tu nariz fuese la espina, o más bien el estrabe de un gigantesco buque. Todo es negro. No es de noche, no está oscuro, es el mundo entero lo que es negro, naturalmente negro, como en el negativo de una fotografía, y sólo son blancas, o quizá grises, las olas que tu paso levanta a cada lado de tu nariz, a lo largo de tus ojos que quizá sean los flancos del barco, allí, donde en otro momento se inscribía el as de picas, como si este no hubiera sido el preludio a esa estela, huella blanquecina y ondulante que abres ante ti al deslizarte sobre las aguas negras. Estas rodeado de agua por todas partes, mar negro, inmóvil, extraordinariamente raso, ni siquiera fosforescente y, sin embargo, tienes la impresión de que podrías descubrir cada detalle, la menor nube si hubiese un cielo, la más mínima porción de tierra si hubiese un horizonte. Pero sólo está el mar, y todo tú eres estrabe surcando sin esfuerzo, sin ruido, sin vibración, las huellas blancas y profundas de tu paso, como una reja de arado labrando un campo.

Pronto, sin embargo, en alguna parte por encima, como en una cartela, como si apareciese una pantalla y un negativo de película se proyectase sobre ella, surge el mismo barco pero ahora visto desde arriba, al completo, y tú estás en cubierta, apoyado sobre la borda, o más bien sobre la barandilla, en una posición bastante romántica. Durante mucho rato, la impresión desdoblada continúa siendo totalmente precisa, y lo que es más, si algo te irrita, te atormenta, es el no alcanzar a saber si eres primero estrabe solo deslizándote por el mar negro y levantando olas blancas y, al instante, casi al mismo tiempo, algo parecido a la consciencia de ser este estrabe, es decir, por arriba, el buque entero del cual eres el pasajero inmóvil en cubierta, apoyado en una posición un poco romántica, o bien si, por el contrario, primero está el buque al completo deslizándose sobre el mar negro, contigo como único pasajero, apoyado sobre el puente de mando y, después, desmesuradamente ampliado, un único detalle de ese buque, el estrabe, surcando el oleado, levantando a cada lado dos olas blancas, pero quizá demasiado bien dibujadas para ser olas de verdad, son más bien pliegues, telas drapeadas, con un toque majestuoso, casi a cámara lenta.

Duranto largo rato los dos buques, la parte y el todo, tu nariz estrabe y tu cuerpo buque navegan en compañía sin que nada te permita disociarlos: eres todo a la vez, el estrabe y el buque y tú en el buque. Después surge una primera contradicción, pero quizá sea solamente una ilusión óptica achacable a la diferencia de escalas, de perspectivas: te parece que el buque avanza lentamente, cada vez más lento, quizá un poco como si lo vieras con mayor perspectiva, cada vez desde más arriba, pero sin embargo tú, apoyado sobre la borda, no vas empequeñeciendo en absoluto, permaneces siempre igual de visible, y el estrabe, por el contrario, cada vez más rápido, ya no se desliza sino que fluye sobre el agua negra, como una lancha motora, o incluso como un fuera borda, desde luego, ya no como un buque de pasajeros.

Entonces, y esto resulta mucho más grave, como si supieras, por experiencia quizá, que lo que se está formando es el principio del fin, porque nunca podrás soportar más que unos instantes, más que unos segundos, la intensidad de lo que se prepara, aunque nada haya sido revelado, sino, quizá, como mucho, una señal premonitoria, un índice cuyo sentido ni siquiera era seguro y del que esperas ahora su esclarecimiento con la esperanza vana de que todo permanezca borroso el mayor tiempo posible, porque, ya mismo, lo sabes, el despertador te acecha, es justamente tu impaciencia la que acaba de desencadenarlo y todos tus esfuerzos para atrasarlo no hacen sino precipitarlo, entonces, emerge como cada vez, no muy despacio, una impresión al mismo tiempo excitante y penosa, maravillosa y desesperante, enseguida demasiado precisa, de inmediato punzante y casi dolorosa: la certeza absoluta, o más bien aún no del todo absurda, pero ya seguramente abocada al absurdo, de que ya has vivido esta imagen, que se trata de un recuerdo real, exacto en todos y cada uno de sus detalles: el mar era negro, el buque avanzaba lentamente por el canal estrecho haciendo surgir a los lados regueros de espuma blanca, estabas apoyado sobre la barandilla de la cubierta en la posición un poco romántica que tienen todos los pasajeros de todos los buques cuando toman el aire mirando a las gaviotas, experimentabas exactamente la misma sensación que la que ahora experimentas, y sin embargo ahora no experimentas ninguna sensación, salvo ésta, peligrosa, cada vez más peligrosa, de conocer al mismo tiempo lo imposible y lo irreductible de tal recuerdo.


Más tarde, mucho más tarde, te has despertado quizá varias veces, te has adormecido de nuevo, te has vuelto del lado derecho, del lado izquierdo, te has acostado boca arriba, boca abajo, incluso quizá hayas encendido la luz, quizá te hayas fumado un cigarrillo, más tarde, mucho más tarde, el sueño se convierte en un blanco de tiro, o más bien no, al contrario, tú te conviertes en el blanco de tiro del sueño. Es un foco que irradia, intermitente. Ante ti o, más precisamente, ante tus ojos, a veces más a la izquierda, a veces más a la derecha, nunca en el centro, cientos de miles de puntitos blancos se organizan, dibujando, a la larga, algo parecido a un felino, una cabeza de pantera vista de perfil que avanza, que crece enseñando dos colmillos afilados, luego desaparece, dejando paso a un punto luminoso que aumenta, se hace rombo, estrella, y arremete contra ti, muy rápido, evitándote en el último momento al pasar por la derecha. El fenómeno se reproduce varias veces, con regularidad: al principio nada, después puntos apenas luminosos, una cabeza de pantera que se esboza, después se precisa, crece rugiendo, descubriendo dos colmillos afilados, después un punto centelleante, casi brillante, que se hincha, rombo, estrella, después bola de luz que viene hacia ti, te evita por muy poco, pasando tan cerca de ti que has creído tocarla, olerla, oírla, después nuevamente nada, durante mucho rato, puntos blancos, la cabeza de pantera, la estrella que crece y te pasa rozando.

Después nada, durante mucho tiempo, o bien, más tarde, a veces, en algún lugar, algo como un astro blanco que explota...


Georges Perec, "Un hombre que duerme"

viernes, abril 16, 2010

Quiero escribir la música

Quiero escribir la música, la música que me gusta, esa música que intentas recoger con las manos y acaba escapando entre los dedos, haciéndote cosquillas. La misma música que a la vez no toca, sino acaricia, impregna y pinta. Que osadía la mía de escribirla, entonces, sería como capturar el tacto del viento con una cámara de fotos. Pero la delicia de atrapar lo prohibido me seduce, me trastorna, y sigo queriendo escribirla.

Abro el grifo, dejo que se inunde mi oído de colores, cierro los ojos. Al cabo, se empieza a distinguir... un llanto de flauta, un cielo azul y verde pintado de arpegios, un espacio distorsionado de espejos zigzagueantes, un suelo de grava gris con grandes piedras rojizas, un sabor a chocolate caliente, una calma fluida y empalagosa, una sonrisa misteriosa. ¡Qué loca felicidad escucho, qué innombrables adjetivos me asaltan para dejarse derretir en mi boca!

Pero qué desconcierto cuando intento escribirla. No me sale, no se deja. Qué inutilidad la mía, me digo, no sé descubrir la música en las palabras. Pero no me rindo, eso nunca, porque intuyo que un día, mientras esté escuchándola, abriré los ojos y sin darme cuenta habrá salido de mí, y se habrá escrito ella misma.

domingo, febrero 28, 2010

¿De verdad que ni puta idea?

Aquí les dejo con la carta de la semana publicada el 24 de agosto de 2008 en el XLSemanal, una carta con ironía, mordacidad y cojones que me dejó con ganas de aplaudir al dueño, un tal A.P. de San Sebastián:

NI PUTA IDEA. Acabo de salir del colegio y me dirijo a la universidad. Soy hijo de la LOGSE, sobrino de la Play, primo de lo apocalípticamente correcto, dueño de mis padres y profesores. Soy el futuro de España –o como se llame para entonces-, aquel que tirará a la basura a sus papás –y mamás, disculpen- y pagará las drogas a sus hijos, el que escribirá “miembra” y “jueza”, el que irá a votar al más guapo –o guapa- cada cuatro años y mandará después una carta de queja al XLSemanal antes de coger un avión al Caribe; el que… Tranquilos, he sido entrenado largo tiempo para esta misión y, con mis conocimientos, la operación triunfo será un éxito. Sé un huevazo del cambio climático, de la ONU y el G-8, del peligroso peligro de las drogas, el sexo y la carretera, de lo superguay y paraguay que es esta democracia y de lo malos que son los otros, de los trastornos parapsicoinfantiloides que tengo, de mis derechos, de cómo escribir y mandar un SMS; de sujeto y predicado y dialectos meridionales y septentrionales, de Innterneté y Pagüerpoint, de lo chachi que es divertirse y de cuánto hay que aborrecer el estudio, las responsabilidades, la honradez, etc. No hay space para more, pero se hacen una idea. No se preocupen, ya me libré del lastre de la cultura y el conocimiento, ya olvidé lo poco que me impartieron. Qué favor me han hecho, Alá mío. Estense tranquilos, sosiego, paz y amor, muak y muak. No se preocupen, que no sé nada. De verdad. Ni puta idea.


Él somos todos nosotros, los que nos hemos criado en la opulenta sociedad que tan bien describe, los hijos de la LOGSE y sobrinos de la Play, y lo que grita esta carta es que a pesar de todo ello, de la demagogia, de lo políticamente correcto, de la educación infame y de la sobreprotección desaforada tanto tecnológica como social, somos gente que puede medrar en esta vida, que puede ser crítica y autosuficiente, que puede distinguir entre la cultura de verdad y las pseudotonterías que suelen enarbolar pseudoprogres pseudointelecuales (obvio mencionar a caducos conservadores por no tener cabida en este discurso ni en ninguno que se refiera al futuro de la sociedad, al menos desde esa postura). Frente a los que creen que en la juventud de ahora no hay más que mamones a remojo en alcohol que solamente sirven para masturbarse (metafórica y literalmente) y para ver Gran Hermano mientras comentan la jugada en el tuenti, tenemos que demostrar que no, que hay gente joven que de verdad se preocupa por lo que nos rodea y tiene curiosidad, y tiene redaños en salirse de la línea establecida por otros y labrarse su propio camino.

Que sepan todos ustedes que la juventud de este país no está perdida: sigue viva y llameante de curiosidad e ilusión.

viernes, febrero 19, 2010

El beso vence a la muerte

Desde la terraza

Ya les he contado, creo, lo mucho que me gusta sentarme en la terraza de un bar, a ver pasar la vida. Las terrazas de los bares son ojeadero clave, atalaya imprescindible a la hora de mirar despacio, sin prisa, intentando desentrañar los porqués de las cosas y de las gentes. Cada cual se lo monta como puede, y algunos de nosotros necesitamos esas treguas de la vida. Así que procuro utilizarlas. Algunas de mis terrazas son apostaderos fijos, lugares conocidos adonde me encamino sin meditarlo siquiera; y otras veces sitios nuevos, de los que me apresuro a tomar gozosa posesión. Entonces abro un libro, pido un café o un jerez, y leo un rato levantando la cabeza entre página y página. Alguien que pasa, un modo de andar, una mirada, un gesto, unos zapatos, una sonrisa, pueden cobrar de pronto significados apasionantes y reclamar su propia historia, real o imaginada, estableciéndose misteriosos lazos entre lo que lees y lo que ocurre ante tus ojos.
En éstas estaba el otro día, en un puerto del sur, recién desembarcado de un mar sin viento que se fundía con el cielo cubierto de nubes. Un mar quieto, denso y gris como el mercurio, con algunas gaviotas planeando sobre los pesqueros abarloados en el muelle. Releía el primer tomo de
El cuarteto de alejandría, de Durell, reflexionando sobre el modo tan curioso en que cambia un libro cuando lo lees de nuevo, diez o quince años después -aunque tal vez quien cambia no sea el libro, sino tú-. Pasaba las páginas de Justine, les decía, cuando enfrente se detuvo una pareja. Eran muy jóvenes, con aspecto de estudiantes. A él le calculé dieciocho o diecinueve años. Ella era sólo un poco más joven, y muy guapa, con tejanos y piernas largas. Parecían discutir, molestos por algo, y cuanto más sonreía él más enfadada parecía ella. De pronto él hizo un gesto para besarla, y ella apartó la cara, alejándose con brusquedad.
La palmaste, compañero, pensé para mis adentros. Pero me equivocaba. Oí cómo el chico la llamaba: Marisa, Isa o algo parecido. Entonces ella se detuvo a los pocos pasos, se volvió, y no sé qué le vería en la cara; pero caminó de nuevo hasta él, y se abrazaron, y empezaron a besarse con tanto apasionamiento como si fueran a comerse los higadillos. Y él retrocedió hasta apoyar la espalda en la pared, y ella lo empujaba sin dejar de besarlo, y se dieron doscientos besos en minuto y medio, o a lo mejor fue sólo un beso desaforado y magnífico que duró minuto y medio, vaya usted a saber. Y dejé al amigo Durell sobre la mesa y me los quedé mirando francamente, sin reparo alguno, fascinado por la maravillosa escena. Y una dama que estaba con su marido en la mesa de al lado , interpretando mal mi mirada, se volvió hacia mí, y comentó "qué poca vergüenza", creyéndome tan escandalizado como ella de los mordiscos que se atizaban los jovencitos. Y entonces solté una carcajada que la dejó, me parece, un poco perpleja; y me estuve riendo así, en voz alta, un poco más todavía, sin poderme aguantar aquella alegría insolente y vital que me sacudía el cuerpo, mirando a los jóvenes que seguían a lo suyo. Me habría levantado en ese momento para ir a darles, a mi vez, un beso a cada uno, de no tener la certeza de que iban a entenderme mal. Así que me quedé sentado, claro, viendo cómo por fin se iban agarrados el uno al otro por la cintura, besándose todavía de vez en cuando. Y les dediqué un largo sorbo de Tío Pepe. A vuestra salud, Isa, Marisa o como te llames, pensé. Porque un día dejaréis de besaros, o besaréis a otros, o ya no os besará nadie, y seréis imbéciles de corazón como aquí, mi vecina la beata Gregoria. O tal vez os rompáis la crisma en una carretera, o se os lleve un cáncer a los cuarenta, o a lo mejor no. Y la vida, que es muy hija de puta, os traerá de aquí para allá, y os dará unas cosas y os quitará otras, y vete tú a saber. Pero lo que nadie podrá quitaros es que esta mañana gris la habéis pintado de calor, y de ternura, y de ganas de comeros el alma el uno al otro. Y ese momento, vive Dios, ha sucedido y ya no os lo podrá arrebatar nadie, nunca. Y cada día, cada hora en que aún podáis besaros así, antes de que llegue cualquiera de los miles de finales que os aguardan, es una victoria arrebatada al azar absurdo de la muerte y de la vida.
Así que anda y que te jodan, vida, me dije. Y aún sonreía cuando abrí de nuevo
Justine y seguí leyendo.

Releí este artículo de Pérez-Reverte anteayer noche, en la cama del hospital, en la víspera de mi operación. Por más claro que yo tenía de lo rutinaria, inocua y sencilla que era la intervención, no pude evitar pensar en mi vida, y también en mi muerte, en todo lo importante que a un ser humano le ocurre. Claro que de haber estado realmente aterrorizado en lugar del Patente de Corso me hubiera llevado las Coplas de Manrique. Pero fue encontrarme con la joya de aquí arriba y empezar a templárseme el alma. Cuando uno está ante esas situaciones que le recuerdan que es finito, tiende a buscar en su vida razones o hechos o situaciones a las cuales agarrarse para ahuyentar el miedo a la muerte, para mirar al abismo y aceptar su inevitabilidad sabiendo que su vida ha merecido la pena. Se intenta, se intenta, y, si bien es verdad que nunca llega a irse del todo el miedo, sí que aparece un estoicismo melancólico que ayuda a camuflar la dimensión a la vez tan enorme y tan insignificante que constituye la muerte. Esos dos novios que un día vio Arturo Pérez-Reverte besarse en cualquier plaza hizo que en el interior del autor explotara una algería inmensa, como él describe: "insolente y vital". Un autor curtido por más de veinte años de guerras, muertes, masacres y barbaridades genuinamente humanas, reduce la belleza de la vida, el sentido de la vida, en esos momentos fugaces que tenemos de felicidad única. No escapando al autoengaño del epicureísmo de cerrar los ojos y vivir todos eternamente en el país de las maravillas, ni tampoco en la más que dudosa esperanza de otra vida que no sea ésta, sino aceptando la maldad y la muerte del hombre como cosa intrínseca en él, y poder mirarlas sin miedo alguno por la serena convicción de que nada podrá arrevatarnos jamás lo poco bello y maravilloso que podemos experimentar en la larga senda que es nuestra vida: unos labios, un libro, unos amigos, una noche...

domingo, enero 10, 2010

He visto llegar aires de tormenta

Ya no queda savia que compartir.

El emocionante, fanático hervor que surgía en mí para alinear letras y formar palabras que vibrasen al ser leídas y que gritasen a las mismas entrañas del lector,
poco a poco desaparece entre papeleo pseudo-oficial.

Redacción objetiva es lo que tengo, lo que hay y habrá, y el color intenso de las palabras de amor se apaga, se vuelve gris tóner y se envía con sello pertinente a ningún sitio.

A veces, en mi cubículo, me recuesto en la silla y miro al vacío, frente a mí, donde los montones de folios y el pentium 4, al vacío, y veo aires de tormenta,

y veo campos de trigo danzante y un anochecer prematuro de nubes oscuras,

y una luz blanca que cede y cede,

y un viento ágil y atemperado, que me acaricia el rostro.

Y me embarga, allí, en mi cubículo, en los campos de trigo, una desazón resignada y hasta melancólica que corroe los miembros de mi cuerpo y nubla mi mente,

sin poder yo zafarme ni levantarme,

sin poder ya jamás convencerme,

de que esto merece la pena,

de que no he visto llegar al fin del mundo

para acariciarme,

con su viento ágil y atemperado,

el rostro.

jueves, enero 07, 2010

Empezar a pensar desde la vida

La homeostasis es el principio por el cual se rige el funcionamiento de un ser vivo. Es decir, la razón de cómo un ser vivo vive. Pero empecemos desde más atrás, desde lo que significa eso de ser una cosa viva. Siempre, desde que nos levantamos hasta que nos volvemos a levantar al día siguiente somos un puñado de células. Imagínense charlando con alguien, conduciendo, jugando al fútbol, leyendo, de fiesta en Nochevieja… en todos esos supuestos ustedes se mueven porque un montón de fibras de actina se unen a otras tantas de miosina en cada músculo que usan; hablan porque al comprimirse los pulmones el aire que pasa por la laringe hace vibrar y producir sonido a las cuerdas vocales, y con ese sonido el cerebro moldea la boca, la faringe y la laringe para convertirlo en las palabras (en los fonemas) que exactamente queremos usar. Y detrás de todo eso ¿qué hay? Pues células, células que se unen de una determinada manera para formar tejidos, los cuales se agrupan de una determinada forma para formar esas estructuras u órganos (pulmones, laringe, músculos) que he mencionado.

Bien, pero ¿Cuál es la razón de que todo funcione, esté en continuo movimiento? ¿Cómo es que no están las células “paradas”, ya que son simplemente moléculas engarzadas, es decir, materia? Pues la razón es química: la osmosis, los juegos de presiones, el pH y la temperatura, por decir algunos, son los responsables de que las moléculas se muevan. Y, siguiendo este razonamiento, llegamos al principio de este artículo: se comprende que estamos hechos de células, y que entre ellas dentro del cuerpo las sustancias se pueden mover, pero, ¿cómo es posible que las sustancias sepan exactamente a dónde tienen que ir? Y lo más importante, ¿cómo es que las concentraciones necesarias de oxígeno, de glucosa, de sodio, la cantidad justa de sangre, etc, se mantengan más o menos estables SIEMPRE, durante un periodo de tiempo de ochenta años por término medio? La respuesta es el primer sustantivo que he escrito arriba: la homeostasis.

Para exponer la idea principal de este artículo primero tengo que explicar un poco en qué consiste la homeostasis. Un buen ejemplo es la respiración celular: cualquier célula del organismo necesita gastar oxígeno para realizar sus tareas correspondientes, hecho lo cual produce CO2 (grosso modo). Si esto es así llegará un momento en que se vean la célula y las de alrededor atestadas de dióxido de carbono y sin una gota de oxígeno. Es la sangre la que llega a cada rincón de nuestro cuerpo (a cada célula arrinconada), le trae el O2 que necesita y se lleva el dióxido de carbono sobrante. En otras palabras, restablece las concentraciones normales de las dos sustancias para que los tejidos sigan realizando su función, esto es, mucho O2 y poco CO2. Eso es la homeostasis, el mantenimiento de las condiciones que hacen viable la vida, nuestra vida.

Podemos afirmar entonces que cada modificación anómala en el cuerpo humano lleva consigo inmediatamente una respuesta que la restablezca (si no se produciría una patología). Todas estas respuestas las da el sistema nervioso autónomo, que es la parte del sistema nervioso que es subconsciente, y que por tanto, no podemos controlar (nosotros no decidimos que nuestro volumen sanguíneo es lo suficientemente bajo como para aumentar la presión arterial, y sin embargo lo hacemos). Por tanto, nuestro sistema nervioso subconsciente lucha porque haya en nuestro organismo unas condiciones esencialmente vitales. En otras palabras, nosotros funcionamos para vivir. Nuestro cometido, subconscientemente, es que haya vida. Como seres vivos que somos la vida busca a la vida. El doctor Arthur Guyton se atrevió a llevar hasta las últimas consecuencias el concepto de homeostasis: “a veces no se considera que la reproducción sea una función homeostática, aunque ayuda a mantener la homeostasis generando nuevos seres que ocuparán el lugar de aquellos que mueren. Esto nos muestra que, en el análisis final, esencialmente todas las estructuras corporales están organizadas de tal forma que ayudan a mantener el automatismo y la continuidad de la vida”. No sé si captan la preciosidad de la frase.

Pues aquí quería yo llegar: si nuestro subconsciente –entendiendo subconsciente como el que acabo de definir, el sistema nervioso autónomo, y no el genuinamente freudiano, que podríamos entender como el sótano de lo consciente, entre este y el autónomo- si nuestro subconsciente, decía, aboga por la vida, cabe reflexionar sobre la otra parte del sistema nervioso, la consciente, la que nos permite esa maravillosa y a la vez peligrosísima libertad que es la elección. Porque nosotros no siempre elegimos la vida, muchas veces nuestros actos hacen desgraciadas a otras personas, les hacemos daño, incluso las matamos. ¿La vida contra la vida? Eso no es lo natural. Alguien podrá argumentar que no vale generalizar “la vida” como la vida de todos, dirá que nuestro organismo defiende y mantiene SU vida individualmente, y que está predispuesto (estamos predispuestos) también a defendernos de agentes externos, ya sean depredadores o microbios, que también son vida. Por lo tanto la vida también funciona para destruir vida. Pero este argumento referido sólo a la raza humana es falaz, porque nosotros, y por tanto nuestro organismo (creo que ya he dejado bastante claro que el “nosotros” lleva intrínseco un significado biológico, además del típico psicológico) no puede vivir si no es en sociedad: “el hombre es un animal social”, decía Aristóteles. Es decir, no es suficiente con que mantengamos sano nuestro medio interno, del que ya se encarga el sistema nervioso autónomo, sino que para vivir las personas necesitan interactuar con otras personas. Esto se entiende científicamente porque nuestro cerebro nos proporciona una inteligencia a la que se tiene que ejercitar, planteándole situaciones con una dificultad igual o aproximada a la que ella es capaz de responder. Y qué mejor para ello que interactuar con cerebros igualmente desarrollados. Por eso se puede decir que para vivir tenemos que mantener constantes nuestras concentraciones normales de sociabilidad. Muchas veces hay un exceso de envidia, de egoísmo, o una escasez de bondad, que impide que el tejido de la sociedad funcione correctamente. Y, claro, esas concentraciones no las regula el autónomo (qué fácil sería) sino que lo hace lo consciente, la razón, nosotros en nuestra libertad.

A donde estoy intentando llegar es a una especie de moral que brota de la naturaleza misma. Estoy intentando llegar a la base de la ética buscándola no en Dios, no en conceptos metafísicos, sino en la vida misma. Tenemos en nuestras narices el hecho tan maravilloso en su perfecta complejidad como rabiosamente real que es la vida, y somos tan imbéciles que por su cotidianidad la pasamos por alto y buscamos respuestas en estrellas, dioses y vagas quimeras.

Nosotros, como lo consciente de nosotros, tenemos una responsabilidad para con nuestra vida, que es el vivir en sociedad, y para conseguir eso es preciso que la amabilidad, la bondad, el amor, aparezcan, se hagan notar, porque si seguimos así, si seguimos con este egoísmo enfermizo que se extiende por todo el mundo civilizado como una asquerosa plaga, acabaremos destruyéndonos.

Somos un puñado de células, somos vida. Empecemos, pues, a pensar desde la vida.