Pienso en no moverme, que no rocen los eslabones entre sí, que no pueda confundirlos con el sonido del hambre.
Somos dos curvas perpendiculares la cadena y yo: ella sonríe y yo le hago de mejilla opulenta con mi espina seca y reventada. Las rodillas me chillan desde el suelo; el cuello, me tiembla como me tiemblan los instintos; las muñecas, se retuercen entre los grilletes tras de mí y me recuerdan a cada bandazo de rabia mi condición de preso ineludible.
Tengo hambre. Tengo mucha hambre.
Si me olvido, incluso puedo estirar los brazos, incluso respiro aire fresco y dejo de ser pasto de inquietudes, de hambre. Incluso soy yo y no lo soy. La quietud de la estancia, los azulejos blancos y viejos, el mármol, el charco de agua sucia que se extiende lenta y sinuosa por las juntas de los baldosines, todo me rodea y me esconde y me apresa, y en momentos sus paredes cortan como cuatro guillotinas las cuerdas que me unen con mi haber sido y mi llegar a ser. Y entonces sólo soy un yo atado de rodillas en una habitación.
Pero tengo hambre... Sí, tengo hambre, y el hambre no sale de los azulejos, ni del yeso de las juntas.
Y es que me equivoco, me equivoco: ahora no quiero callar a los eslabones, quiero oirlos bien fuerte, que formen terremotos en este maldito aire calmo, y lo rajen de arriba a abajo de la habitación como si hubiera alguien vivo aquí dentro. Quiero salir en forma de ruido y de gritos.
Quiero oirme a mí rugiendo de hambre.
Quiero que los azulejos sepan que me muero exigiendo comida.
1 comentario:
Me encanta.
Ese reflejo de prisión de los momentos de estudio del estudiante de medicina. Pronto nos quitaran los grilletes, nos darán una pequeña alegría para entrar a un encarcelamiento intenso, duro pero con un rayo de luz que se ve al fondo y con sabor a entusiasmo. El encarcelamiento está para soñar, para ver que lo que haces tiene un fin, un cometido, que es el que te ha hecho estar ahí, a ponerte tu mismo las cadenas y los grilletes y a mayor esfuerzo mas fuerte te ATAS. Ánimo.
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